sábado, abril 21, 2007

INDÍGENAS DEL DESIERTO Y EL VIENTO

Por:
PATRICIA FORERO

En el desierto Guajiro es usual que el muerto deje su tumba. Es común que en el segundo entierro se le acompañe con un velorio de varios días y lo es también ofrecer una comida para evitar las consecuencias de un mal sueño.

En medio de los áridos playones de la Media y Alta Guajira, caminan tranquilamente todos los días los indígenas Wayúu con sus ropas empolvadas y sus sombreros o largas pañoletas sobre la cabeza. Se protegen del sol que poco ocultan las nubes que corren rápidamente en dirección del viento. Pasan familias enteras en una sola bicicleta, o a pie, al paso de un burro que carga sobre su lomo múcuras (jarrones en cerámica) y alguna mujer. Se dice que este animal transporta a las señoras y la bicicleta a los hombres. Por momentos, con el paso de los fuertes vientos del nordeste, las camisas se agitan violentamente y las telas de las mantas se sacuden y adhieren a los cuerpos de las mujeres.

Fabid Ramos Pushaina es un mestizo de cincuenta y dos años que utiliza su camioneta para transportar hasta en el techo a sus "paisanos'" por la Alta Guajira. En otra época, su vehículo sirvió para ganarse bien la vida y así tener varias mujeres, ingresando todo tipo de mercancía de Venezuela a Colombia. Hoy prefiere hacer viajes para su gente y regresar a aquellos de su etnia que fallecen en tierras lejanas para ser enterrados en el cementerio de su casta. Traslada también a parientes que buscan, después de algunos años, a sus muertos para desenterrarlos, velarlos, lavar sus huesos y enterrarlos de nuevo allí mismo o traerlos en un "rosario" al cementerio de su casta. El número de años que tarden en desenterrarlo, dice, depende del tiempo que la familia requiera para reunir el dinero necesario para desplazar y atender a los parientes y amigos del muerto durante los días que dure la nueva ceremonia.

El entierro que más recuerda es el de su primo José quien a sus 25 años vivía y estudiaba en Venezuela antes de que Rubén, su hermano mayor, lo mandara llamar de nuevo a la Guajira. José no sabía que en su ranchería estaban buscando llegar a un 'arreglo' con una familia vecina por el deliberado asesinato cometido por Rubén contra un joven. Rubén le pide a José regresar, para saldar la conciliación.

Fabid conoce muy bien los caminos culebreros que atraviesan en todas las direcciones la planicie de la península y que han servido para despistar a las autoridades y pasar todo tipo de mercancías de contrabando provenientes del mar o del país vecino. Sabe cuando las lagunas están llenas en tiempos de lluvias y cuando se secan y dejan largos tramos de suelo resquebrajado, transitable en épocas de sequía. Territorio de tradiciones, de armas y orgullo de raza, pero también de baile, de elaborados y coloridos tejidos, bebidas de maíz, chivos, ganado flaco y de escasez de agua.

José retorna para complacer a sus parientes y el hermano del asesinado por Rubén mata a José a su turno. La deuda queda saldada y las dos familias vuelven a estar en paz. El hermano del primer muerto no había aceptado tierras, ni mulas, ni ganado, ni chivos, ni collares por el injusto asesinato, tampoco asesinar a Rubén.
Los wayuu han logrado conservar sus tradiciones y mantener su supremacía indígena tomando a veces, para sobrevivir al modernismo, costumbres de otras culturas como suyas bajo perfectos sincretismos sin cambiar su estructura social esencial. Ha perdurado la importancia de la palabra para expresar condiciones de negociación, las imágenes retóricas y la ley indígena. En tierras de muchas necesidades, inhóspitas condiciones ambientales y pocos recursos, se vuelven indispensables para conservar la armonía, distribuir los pocos recursos, conciliar las envidias y reparar lo que culturalmente se considera una ofensa a la integridad personal.

El ofendido había decidido que la deuda sólo se pagaría si Rubén sufría el mismo dolor de la ausencia de su propio hermano. Leyes y códigos incomprensibles para los blancos, usuales y totalmente prácticos para la gente del desierto. De la misma manera, para este pueblo tradicional son muchas veces inexplicables las leyes y los procederes del 'civilizado', pues no parecen tener reglas.

Desde hace casi un siglo, los Wayúu están repitiendo: "los alijunas quieren acabar con nosotros". Alijuna es la palabra Wayúu para el que no pertenece a la etnia, sea blanco o sea negro. Esta expresión equivale en castellano a 'civilizado' o 'extranjero'. Las masacres, la llegada de los paramilitares y los desplazamientos forzados a los que se han visto sometidos no tienen lugar en sus leyes. Tampoco tienen espacio los asesinatos sin causa cometidos a principios del siglo veinte por agentes del Gobierno. Incluso la muerte tiene sus leyes.

Como dice el cronista Alberto Salcedo, el término alijuna, en la semántica nativa, ya no se está usando para designar al diferente sino para referirse a aquello que genera temor. El palabrero, o mediador de disputas, Juan Sierra explica a Salcedo que "son 'alijunas' los hombres que están masacrando a los indígenas en la Alta Guajira , los que enseñaron a ciertos indios a asaltar camiones de carga en las carreteras, como también los funcionarios del gobierno que un día llegaron a imponer sus normas en el uso del mar". Alijuna es también el televisor y el teléfono celular.

La frontera étnica se cruza y se opone. La línea cultural deslinda entre el orden cotidiano Wayúu y el alijuna de modernización, individualización y trabajo especializado. Pero también fractura y divide frente al cobro a la fuerza sin enviar la palabra de conciliación, frente a la relación entre la vida y la muerte y frente al libre transitar por el desierto.

Tomado de: http://www.palabranet.net/secciones/cultura/wayuu.htm

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