martes, febrero 14, 2006

BREVE CRÓNICA SOBRE WOUMAIN

NUESTRA TIERRA LA MAJAYURA


Por: KARMEN RAMÍREZ BOSCÁN*

"Yo soy indio de los puros (...)
Yo soy indio chato, cholo y chiquitín.
Esta tierra es mi tierra y este cielo es mi cielo".

Canta: Máximo Jiménez


La vida de mi familia transcurría normalmente, visitando parientes en las rancherías, llevando a los chivos a los jagüeyes, bailando la yonna al ritmo de kasha, departiendo chirrinche y wisky en las fiestas, hablando con nuestros muertos en los cementerios, sacándole frutos a nuestras tierras, comerciando con Venezuela. Éramos infinitamente felices. Pero la vida cambió cuando llegaron alijunas que nunca antes habíamos visto y que poco tiempo después supimos que les decían paramilitares.

Nosotros los Wayúu tenemos fama de arreglar nuestros problemas a bala, cosa que no es tan cierta, pero esa es la fama que se ha creado en todo el país. Y digo que no es tan cierta, porque aunque a veces han ocurrido enfrentamientos, también cuando se presenta un problema se puede solucionar pagando una indemnización o palabreando, para lo cual, dentro de la cultura Wayúu, existen leyes muy estrictas al respecto.

Por la vía de La Majayura, en donde quedan las tierras de mi familia, hace más o menos tres años, comenzaron los problemas. Empezaron a robar y a asesinar a muchas personas que se movilizaban por la zona. Este territorio lo ha ocupado ancestralmente mi familia durante muchas generaciones, pero como la vía es una zona estratégica por la cual se transporta libremente desde contrabando, hasta drogas y armamento, porque por aquí no existe control de ningún tipo, comenzó una lucha que en ese momento no era clara para ninguno de los involucrados.

Aparentemente una familia Wayúu de Venezuela le declaró la guerra a mi familia y comenzaron los problemas. En julio de 2001, viajaban de Maicao hacia una de las fincas para la celebración del día de la Virgen del Carmen, dos carros con las mujeres y niños de la familia y fueron retenidos por algunas personas desconocidas, que definitivamente lo que querían dar a entender era que ellos tenían el poder cuando quisieran. Ese día solo fue un susto que no se pudo perdonar, porque en la ley Wayúu, cuando hay guerra, los niños son sagrados, pero más aún las mujeres, y se metieron con las mujeres de la familia.

Se pensó que estas personas eran contratadas por una familia Wayúu de Venezuela, que querían controlar la vía. Lo pensamos, porque luego nos dimos cuenta que todo fue manipulación por parte de los paramilitares para apoderarse del territorio.

Nuestra familia trató de arreglar el asunto, palabreando. Sin embargo, las amenazas, continuaron, varios de mis tíos tuvieron que esconderse mucho tiempo, mientras al pueblo comenzaron a llegar carros extraños que desaparecía en segundos, lo que producía pánico entre la gente.

Un día recuerdo que estábamos con un primo en la puerta de la casa y vimos pasar muchas veces un Toyota con carrocería blanca y vidrios oscuros, y mi primo como buen Wayúu, malició que algo pasaba y me dijo que tenía sospechas de algo. Subimos al segundo piso de la casa y nos escondimos en una terraza que allí hay, y esperamos a que pasara el carro. Cuando volvió, habían como diez hombres, todos vestidos de negro, con pasamontañas que apenas dejaban ver los ojos, y todos con armas largas. Nosotros, simplemente los miramos, mientras ellos trataron de pasar desapercibidos Ese día me asusté mucho y como mujer no pude hacer nada, aunque quise. Los hombres de la familia, fueron informados por mi primo, y de inmediato comenzaron a buscar un carro que nunca más apareció. Desde ahí, sabíamos que estaban buscando a mi tío para matarlo.

Durante cinco meses, las cosas pasaron sin novedad, hasta que mataron a dos de mis familiares. Los persiguieron por todo el pueblo. La familia no estaba preparada para reaccionar ante un atentado de tremenda magnitud, todos los intentos de mis otros tíos por evitar las muertes fueron inútiles y fue cuando comenzó este tormento que aún no termina.

Al parecer una familia quería quitarnos un territorio que costaba mucho para ellos. Pero para mi familia costaba mucho más, era la tierra que desde siempre nos había pertenecido, ganada por mis ancestros con esfuerzo y tesón de maneras tradicionales. Y con muertos de por medio, tan sagrados como son nuestros muertos, no estaban dispuestos a dejar las cosas así. Esas cosas han pasado en La Guajira por años, pero siempre o se acaban los hombres de una familia, o simplemente se arreglan, pero nunca, nunca se producían desplazamientos de tipo alguno.

Con lo que no contaban mis tíos era con que este conflicto ya estaba permeado por los paramilitares quienes lo manipularon para quedarse con nuestro territorio, sin que se supiera realmente quienes eran los que estaban detrás de todo esto.

Una noche, en el pueblo se fue la luz un minuto, mi mamá comenzó a sentir mucho ruido en la calle y cuando nos asomamos en la ventana, vimos a muchos hombres armados hasta el cuello, vestidos con prendas camufladas y con pasamontañas, brincando de techo en techo para entrar a una de nuestras viviendas.

Los que nos encontrábamos en la casa tratamos de llamar, pero no había comunicación y mi mamá desesperada por la situación, salió como loca a la calle a gritarle a mi tío que se protegiera, pero por la distancia, mi tío no la oía, y además, de inmediato, un tipo de esos la agarró y la empujó hasta la casa, y la amenazó con su arma, mientras mi hermana cerraba la puerta atemorizada. Intentamos llamar por celular, pero los intentos fueron inútiles, comenzamos a oír disparos durante una eternidad, y finalmente, sin otra cosa que hacer sino llorar de rabia, miedo y tristeza, cuando todo quedó en silencio, nos asomamos y salimos a la calle cuando nos dimos cuenta que ya no había nadie. Mi tío se salvó de milagro, pero le mataron a la mujer.

Después de esto mis tíos tuvieron que salir de La Guajira, porque fueron amenazados y les pusieron precio a sus cabezas. Yo también comencé a recibir amenazas, solo por decir cosas en la calle en contra de esa gente. Luego, mis tíos pusieron denuncias y las amenazas se intensificaron.

Ocurrieron otros hechos como el de un primo, quien trabajaba en una empresa privada encargada de mantener las bocatomas del acueducto que surte de agua a Maicao. A él, le tocaba ir casi todos los días a la sierra a hacer mantenimiento a los ductos de las bocatomas, y todos los días miembros de los paramilitares le hacían retén, hasta que un día le pidieron todos los datos como: con quién vivía, en dónde vivía, teléfonos, y otros más. Luego de confirmar estos datos lo responsabilizaron a él de cualquier cosa que pudiera pasarles en la zona. Además, le quitaban el carro y se lo devolvían a las pocas horas. Un día, le pidieron el carro para "hacer una vuelta", a él y a los que viajaban con él los dejaron en el pueblo, y los paras, se fueron con el carro. Llegaron a una finca de la vía de La Majayura, en donde se encontraban algunas familias Wayúu. Como el carro que llegaba era conocido, lo dejaron entrar a la finca, y los paras se llevaron a cinco hombres y a una mujer que se encontraban allí. Luego aparecieron muertos por la carretera, con señales de haber sido antes torturados. Además, en ese momento no sospechábamos que el ejército estaba involucrado, pero los paras, llamaron a mi primo y le dijeron que fuera a la base del ejercito para que le entregaran el carro. Mi primo fue y se lo entregaron sin ninguna pregunta, sin ningún papel, sin ninguna firma.

Además comenzaron a aparecer muertos de otras familias, lo que llevó a que se responsabilizaran mutuamente de estos asesinatos. Nuevamente, caímos en el juego de los paras que se aprovecharon de la cultura de guerra que nos afama, pero hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de nada.

En mayo de este año un tío, reconocido Araurayú, decidió que viajaría a la finca con un primo que estaba por graduarse y él le quería regalar dos chivos para la fiesta. Mi tío se fue con dos primos y tres personas más. Tres de ellos nunca volvieron porque quince personas uniformadas y armadas, los secuestraron. Mi tío, mi primo y uno de los acompañantes fueron asesinados, los otros tres se escaparon. Cuando se enteraron del secuestro, algunas mujeres de la familia se metieron al monte con el ejército, porque ellas podían guiarlos por las tierras que bien conocen y porque además pensábamos que por ser mujeres no se meterían con nosotras, pero nos amenazaron.

Cuando mi tío apareció muerto y vi que la familia ya estaba cansada de la lucha y que estaban esperando a ver que muerto tendrían que llorar después, todos anestesiados por los dolores acumulados, decidimos que no podíamos parar y que teníamos que denunciar, pero continuaron los hostigamientos y nos dijeron que no podíamos poner denuncia alguna porque comenzarían a matar a las mujeres. Entonces, decidimos que en Bogotá nos escucharían, y algo se podría hacer, pero cuando vinimos aquí, nos encontramos con la verdad del asunto.

Fue un golpe duro darnos cuenta que no éramos los únicos en la región pasando por la misma situación y que otros también habían caído en el juego de los paras. Las amenazas llegaron hasta Bogotá. Querían llenarnos de miedo para evitar que se hicieran las denuncias que a nivel nacional e internacional se estaban haciendo sobre la presencia de ellos y los crímenes cometidos en nuestro territorio. Pero el golpe fue aun más duro cuando tuvimos conocimiento de los proyectos que el gobierno tiene para La Guajira y en donde los Wayúu somos incómodos. Por ello es tal vez que el gobierno insiste en que son guerras entre familias. Si hubiera sido así, ya lo hubiéramos solucionado a nuestra Sükua'ipa Wayúu, es decir, a la manera Wayúu.

Claramente los paras han aprovechado los enfrentamientos tradicionales entre familias Wayúu, para poner a pelear a todo el mundo. Como por ejemplo, a nosotros, intentan enfrentarnos con otras familias, pero todo ha sido una trampa, tras la cual ocultaron durante un tiempo su presencia en la región, para intervenir sin que fueran responsabilizados.

Hoy, la situación de mi familia es bastante dramática. Muchos de mis familiares han tenido que abandonar la región dejándolo todo, haciendo esfuerzos por rehacer sus vidas en tierras extrañas. Los que se han arriesgado a quedarse, insistiendo en que la tierra es todo lo que se tiene, no han podido volver a trabajar y viven en constante zozobra y temor, incluso algunos no comparten la idea de que se hagan denuncias por miedo a las represalias de los paramilitares. Las tierras se encuentran en total abandono y con riesgo de perderse, debido a que han aparecido extraños para hacer ofertas irrisorias.

El abandono del territorio no ha significado el cese de los hostigamientos y las amenazas por qué estas se han incrementado, sobre todo para aquellas personas que nos hemos unido con otros Wayúu para adelantar acciones de denuncias conjuntas. De momento un encuentro familiar en La Guajira para visitar los cementerios y honrar a nuestros muertos, que son parte sagrada de nuestra vida cotidiana, es bastante improbable, porque no existen las garantías para un retorno seguro. Nuestros muertos tendrán que esperar mejores tiempos para encontrarse nuevamente con toda la familia reunida y nosotros seguiremos añorando poder volver a trabajar en nuestras tierras.

Mientras tanto siguen su curso las cuestionables negociaciones que adelanta el gobierno nacional con los grupos paramilitares que, con toda seguridad, culminarán con la legalización de la impunidad. Los líderes paramilitares han pedido perdón a Estados Unidos, pero nadie se ha acercado a preguntarnos si quiera por nuestro dolor. Nuestros victimarios, que ahora están apareciendo como héroes en los medios de comunicación, están recibiendo la ayuda económica que nos han negado a las víctimas de la violencia paramilitar.

Pensamos que la paz solo es posible si los que hoy se desmovilizan, confiesan en donde están nuestros desaparecidos, por qué mataron a nuestra gente, quienes ordenaron estos asesinatos, por qué sacaron a nuestra gente del territorio tradicional, quiénes los financiaron, quiénes se han beneficiado con todo lo que ha venido ocurriendo, cuáles son las relaciones que han tenido con la fuerza pública y con funcionarios gubernamentales.

Finalmente, nosotros los Wayúu pensamos que mientras a las negociaciones que el gobierno nacional palabrea con los grupos paramilitares no pueda ir un pütchipü'u llevando la palabra en representación de las víctimas de la violencia, la paz que sobrevendrá carecerá de credibilidad.

Bogotá, D.C., a 21de diciembre de 2004.
*Indígena Wayúu, perteneciente al clan Epinayú.

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