sábado, abril 21, 2007

ENTRE GITANOS Y WAYÚU

Por:
JUANCARLOS GAMBOA MARTINEZ

Domingo Ramírez es un Rom (Kalé) de Portugal que con la lectura de la novela “Leopardos bajo el sol” de la escritora colombiana Laura Restrepo quedó sorprendido con las enormes similitudes que halló entre los protagonistas de la novela, el pueblo Wayúu de La Guajira colombo-venezolana, y su propio pueblo.

Intrigado por el parecido de muchas de las costumbres de estos dos pueblos, Domingo Ramírez buscó y buscó en la Internet hasta encontrar la dirección del Proceso Organizativo del Pueblo Rom (Gitano) de Colombia (PRORROM), organización a la que acudió para que le absolviera algunas interrogantes que tenía sobre el pueblo Wayúu.

PRORROM, a partir del relacionamiento que ha tenido con organizaciones de pueblos indígenas, entre ellas del pueblo Wayúu, respondió sin tardanza haciendo una preliminar comparación entre los dos pueblos.

1. Efectivamente, existen muchas similitudes entre el pueblo Rom (Gitano) y el pueblo indígena Wayúu. Las grandes semejanzas entre estos dos pueblos obedecen, fundamentalmente a que dada su organización social tradicional, ambos pueblos son tribales.

2. El pueblo Wayúu está ubicado en la frontera colombo-venezolana. En Colombia ocupan una extensión importante del departamento de La Guajira, localizado en la región Caribe. Es el pueblo indígena más numeroso de Colombia, pues su población, sin contar la que habita en el lado venezolano puede llegar a las doscientas mil personas.

3. Los Wayúu tienen una amplia movilidad geográfica y son polirresindenciales, es decir que tienen, según las estaciones, viviendas en diferentes áreas de su territorio tradicional, que en Colombia está reconocido a través de varios Resguardos, entre ellos el de la Media y Alta Guajira que posee alrededor de 1.067.505 hectáreas de extensión. Esta itinerancia, aunque circunscrita a un territorio específico, podría considerarse como una semejanza con los Rom que son nómades.

4. Los Wayúu tienen alrededor de 25 castas, o erruki, como se le dice en su propia lengua, el wayunaiki, que es una lengua que pertenece a la familia lingüística Arawak. Los Rom también están compuestos por linajes o vitsi, como se les dice en romaní. El que ambos tengan una organización social conformada a partir de linajes, sería otra de las semejanzas.

5. Una diferencia entre los Rom y los Wayúu es que los primeros son patrilineales, es decir la sangre se hereda del padre, en tanto que los segundos son matrilineales. Sin embargo la estructura y lógica de la organización social de ambos pueblos, como se dijo anteriormente, es bastante similar: Los Rom configurados a partir del padre y los Wayúu a partir de la madre. Para los Wayúu es la familia de la madre, la más relevante, de ahí que sean los tíos maternos las figuras principales de autoridad.

6. Los Rom tienen a los Sere Romengue --Sero Rom, en singular--, en tanto que los Wayúu tienen como autoridades a los Araurayú, que como se mencionó son los tíos maternos. Los Araurayú, al igual que Sere Romengue, son hombres de prestigio, de honor y que tienen un amplio conocimiento de la tradición.

7. Tanto los Rom como los Wayúu tienen una ley propia en la que se encuentran muchas semejanzas. Al igual que la Kriss Romaní, la Sukuaipa Wayúu (Ley Wayúu), se fundamenta en lo que simplificando en extremo podría llamarse como "ojo por ojo, diente por diente", en otras palabras, donde la venganza y el cobro de la ofensa juegan un papel central. Para los Wayúu la sangre derramada hay que vengarla por lo que no son extrañas las guerras entre clanes rivales. Ello al parecer ocurre todavía con frecuencia en algunos grupos Rom.

8. La responsabilidad sobre una determinada infracción es independiente del hecho de si el infractor u ofensor tuvo o no la culpa. Lo que vale para la Sukuaipa Wayúu es el hecho objetivo mismo, es decir, el daño causado. De la misma manera que sucede con los Rom, la gravedad de una ofensa está determinada por el número de personas y grupos familiares que terminan involucradas. En muy pocos casos el responsable es exclusivamente el individuo, ya que lo más común es que la familia materna del individuo que cometió alguna infracción o delito, también es responsable. Pienso que en esto de la ley propia es donde se encuentran más semejanzas entre los dos pueblos.

9. Para evitar las vendetas entre clanes, los Rom tienen la Kriss o Tribunal de Mayores que resuelven los conflictos. De la misma manera los Wayúu tienen en los putchipuu, o palabreros, un dispositivo que procura concertar la disputa entre familias rivales o enfrentadas. Cuando una familia quiere evitar que la ofensa o daño causado por uno de sus miembros, desate una guerra, llama a un palabrero, que es un hombre mayor de mucha sabiduría, para que lleva la palabra a la familia rival, con el propósito de llegar a un acuerdo. Si bien es cierto las guerras entre clanes son frecuentes, también es cierto que los putchipuu han impedido muchas más guerras y han posibilitado que familias rivales o enfrentadas lleguen a acuerdos.

10. En rituales como el matrimonio también encontramos muchas semejanzas, como quiera que en ambos pueblos la dote para acceder al intercambio matrimonial es fundamental. La diferencia estriba en que la dote en los Rom es entregada al padre de la novia, en tanto que en los Wayúu es entregada a los tíos maternos de la novia. Estos son los responsables de llegar a los acuerdos con los tíos maternos del novio. Para los Wayúu la dote está dada por chivos, collares, caballos y también por dinero en efectivo. Sobre el precio de la dote, al igual que los Rom, se tiene en cuenta factores como la belleza, la juventud, la "pureza" y la virginidad, aunque esta última no de la manera como la valoran los Rom.

11. Tradicionalmente los Rom adivinan el futuro a través de las cartas y la lectura de la buenaventura, en tanto que los Wayúu lo hacen a través de los sueños. Los sueños deben contarse a alguna de las mujeres mayores de la familia, antes que termine de amanecer para que la adivinación del sueño sea más efectiva. Si bien la mayoría de Wayúu son cristianos, ya sea católicos o protestantes, tienen una marcada religiosidad centrada en los espíritus de los muertos, pulowi, al igual que los Rom, con los mulé. Cabe acotar que la conversión a las iglesias evangélicas de los Wayúu reviste particularidades, puesto que su religiosidad tradicional no dejará de impregnar y pernear constantemente las prácticas y creencias de su nueva religión. Esto mismo ocurre con los Rom, quienes asumen la religión evangélica, dejando intactos muchos rasgos de su espiritualidad tradicional.

12. Una diferencia radica en que para los Rom los cementerios son signo de mala suerte y por ello se les rehuye, en tanto que para los Wayúu son muy importantes. Cada grupo familiar tiene su propio cementerio, que es como el título de propiedad de su territorio. De hecho los Wayúu no son tanto de donde nacen, sino de donde están enterrados sus antepasados.

13. Al igual que los Rom, los Wayúu tienen un complejo sistema médico tradicional. Son, en ambos pueblos, principalmente las mujeres las que tienen conocimientos especiales sobre plantas, minerales y partes de animales que tienen poderes curativos y terapéuticos.

14. La palabra y el honor, son al igual que para los Rom, de la mayor importancia. Los Wayúu le conceden un inusitado valor a la palabra, que hace superfluos los contratos escritos. Los Wayúu también son un pueblo ágrafo, puesto que su lengua, el wayunaiki, no es escrita, aunque algunos lingüístas han hecho propuestas de alfabetos. Esta situación también se ha venido dando entre los Rom.

15. Un caso curioso. En la eventualidad que una pareja conformada por una mujer Wayúu y un hombre Rom, tengan un hijo o hija, de acuerdo a los parámetros de descendencia de cada pueblo, este hijo o hija sería simultáneamente Rom, por el padre, y Wayúu por la madre. Tendría la vitsa del padre Rom y el eirruku de la madre Wayúu. Ambas familias reclamarían la pertenencia étnica de ese hijo o hija. Esto para decir que a las mujeres Wayúu, lo mismo que a los hombres Rom, les está permitido, sin mucha dificultad, que se casen y tengan descendencia con gente que no es de su propio pueblo. Un hijo o hija será siempre Wayúu si la madre es Wayúu. Un hijo o hija será Rom si el padre es Rom.

16. El pueblo Wayúu es un pueblo indígena, de origen amerindio. Se cree que hace más o menos tres mil años llegó al territorio que actualmente ocupa, proveniente de la Amazonía. Su base económica es el pastoreo, y al igual que muchos Rom, el comercio y el contrabando, ya que le sacan provecho a la frontera colombo-venezolana. La inmensa mayoría de Wayúu son binacionales: colombianos y venezolanos y pueden cruzar la frontera libremente.

17. Si para los Rom las mujeres son importantes dentro de la organización social tradicional, también lo son para los Wayúu quienes por su carácter matrilineal las tienen en alta estima. Los códigos de honor y de guerra de los Wayúu, por ejemplo, prohíbe terminantemente, matar y aún atacar a mujeres y a niños.

Esperamos que estas breves y desordenadas consideraciones, le aclaren en algo las interesantes dudas que ha planteado.

ESPANTOS Y APARICIONES EN EL PUEBLO WAYÚU

Por:
JOSÉ MIGUEL LÓPEZ HERNÁNDEZ*


La presencia y permanencia del espanto en los pueblos indígenas, representa una correspondencia integrada del conjunto del ser colectivo y el entorno ambiente. El espanto une los extremos de la visión cosmogónica y el andar cotidiano del hacer; configura lo abstracto y etéreo; fantasea lo tangible y concreto; es la aparición del temido sueño de lo incierto e insuperable; la regulación a la falta de miedo, la prevención y el límite a la arrogancia y temeridad del hombre. El espanto como reflejo del misterio insondable del interior humano, anuncio y testimonio del fantástico mundo de lo invisible que nos rodea. El espanto es efecto dialogante de la inmersión del hombre en la naturaleza, es parte del abrazo de esta complementariedad.

Entendemos como espanto aquellas imágenes sobrenaturales o presencias incorpóreas que actúan o habitan en un entorno cotidiano y suscitan el temor y el miedo de los humanos moradores o visitantes. Los espantos reflejan la manera de ver la vida de la comunidad que los crea. En el pueblo Wayúu (península de La Guajira) los espantos provienen del mundo de lo temido, lo misterioso, lo sagrado: PULASU (lo vedado). De allí se deriva la palabra PULOWI, que representa los fenómenos sobrenaturales que originan temor. Pulowi es el misterio, el miedo, el terror, el castigo natural. Tal como lo expresa el joven poeta Wayúu Vito Apushana:

“…nosotros, la gente, somos ligeros y para no abusar del mundo está Pulowi, el misterio, la devoración. Pulowi no es mala...Pulowi es tu miedo... es tu venguenza... es la flor que se hace visible en la noche”.

De Allí, del gran misterio Pulowi pertenecen los espantos Wayúu: los Akalapui, los Keeralia, los Murula, los Kuat yai, los Yuluja, los Wanuru... y de aquellas apariciones que son como transfiguraciones de la imagen del hombre con el mundo animal, tales como la mujer-lechuza, la mujer-hormiga, el Shaneta (el jinete) el Epeyui (jaguar-hombre), el Waneesatal (el una pierna), la Chama (anciana devoradora). El imaginario de una comunidad se convierte en un hecho único que resume todos los valores posibles de su manera de ver y ser la vida... fenómeno invaluable que configura el rostro irrepetible de su ser colectivo: Corpus original que significa pertenencia singular del nosotros, patrimonio único y común que recibe el bautizo de "lo nuestro".

El universo de los espantos y apariciones en los pueblos indígenas de América representa el acento en su lenguaje de interpretación del mundo. Es el tono inconfundible que nace de su apropiación del entorno. Esta pertenencia es fruto de una construcción de vida. Construcción que ha sido edificada desde su eje básico o inicial; pero que no obstante se alimenta o se refuerza con fragmentos o partículas traídas de otros aires. Así podemos observar en muchas cosmovisiones giros y ritmos simultáneos entre sí. Sin embargo, este fenómeno o movimiento enriquecedor que funciona entre comunidades afines, contemporáneas o cercanas se transforma en una verdadera amenaza cuando se trata ya de una comunidad de cultura no afín y contraria a los interesantes principios de la otra. De esta manera vemos, hoy, como el pueblo indígena Wayúu experimenta su mayor amenaza de desaparición de su cosmovisión milenaria, tras la incontable corriente macroeconómica transnacional que se nueve y se extiende por todo el territorio peninsular Wayúu, desdeñando aún su condición de resguardo indígena o "tierra sagrada"; sólo un sistema utilitario y sin límite de crecimiento, como el neoliberalismo, puede sobre pasar y arrastrar con la hábil capacidad de los Wayúu de adaptar e incorporar elementos occidentales a los propios rigores de su cotidianidad.

La totalitaria imposición del concepto de "cambiar para mejorar" o "evolucionar hacia una civilización universal" viene absorbiendo toda idea de tolerancia y de respeto a la propia autodeterminación de los pueblos. Esta amenaza latente y presente nos obliga a preguntarnos: ¿desaparecieron todos los espantos del imaginar Wayúu actual?, ¿cuántas comunidades del pueblo Wayúu aún interrelacionan o interactúan con la presencia de los espantos?... y de tal inquietud queremos respondernos, a través de investigaciones y estudios pormenorizados (la Universidad de La Guajira adelanta algunos por medio del Programa de Etnoeducación) que sí, que aún son muchas las rancherías y los parajes donde merodean los espantos, propios del imaginario de los hombres que por fortuna todavía vemos configurados en nuestros indígenas de América.

Los estudiantes del VII semestre del Programa de Etnoeducación de la Universidad de La Guajira (en su mayoría Wayúu), han logrado recopilar algunas versiones del estado actual de la relación seres humanos Wayúu-espanto-naturaleza y en sus trabajos de pulsación se proyecta la sobrevivencia de la magia de lo sobrenatural. Aún merodean en las cotidianidad de los ranchos en la soledad de los caminos, en la serenidad de las noches los espantos y las apariciones...como: Los Akalapui... duendes nocturnos juguetones y crueles. Viven en la serranía de Makuira, atacan a los viajeros solitarios, a los caminantes extraviados a los que violan y utilizan como objetos de sus feroces juegos. Los Keeralia: habitan en las sabanas sin vegetación, en las salinas y salinetas de la península: su imagen es la del fuego fatuo, atrayendo así a los viandantes nocturnos, a los que luego ataca penetrándolos por todos los orificios. Los hombres víctimas de Keeralia vomitan sangre hasta morir y las mujeres, abusadas sexualmente por esta bola de fuego, quedan embarazadas dando a luz animales como lagartos, sapos, culebras.... Los Wanaru: son espíritus resentidos que originan la enfermedad en algunos Wayúu y persiguen a determinadas personas transformándose en animales (perro, jaguar..) o en hombre blanco y ataviado o Wayúu sin ombligo y sin sombra, ocasionándoles la muerte o un arrepentimiento. Los Wanuru escondidos en un enfermo son combatidos por las Outs (Piaches), que los enfrentan con sus virtudes curativas en una lucha que puede durar semanas enteras, en la que podrán salir vencedoras de acuerdo con la intensidad del resentimiento a la fuerza maligna del Wanuru.

Queremos hacer énfasis en la inviolabilidad de la concepción espacio-tiempo del pueblo Wayúu. Que se respete su cotidianidad original, lograr que su entorno natural y viviental no sea transformada sólo por el mandato del progreso occidentalista. Que se conserven sus noches oscuras, iluminadas sólo por la luna, por el techo de estrellas o por el fuego tenue de las lámparas y velas. Para ello es menester que de parte del Estado colombiano y su sistema del capital consumo no continúe avasallándolos en sus proyectos de exploración y explotación masiva de los recursos naturales existentes en territorio Wayúu; por parte del pueblo Wayúu es urgente continuar y respaldar la Organización Asociada de las Autoridades Tradicionales en cada ranchería que permite la vigencia de los principios y los derechos fundamentales y preservar el cogito de su ser Wayúu.

Todo proyecto de impacto ambiental, social, y económico, que tenga como sede un territorio Wayúu debe depender de la aquiescencia de sus habitantes, basada en el respeto a su entorno natural y a su cultura. Hacia esta dirección queremos dirigir nuestros esfuerzos... reforzar, apoyar la corriente vital que sostiene y proyecta la esencia de este universo particular y así sentir vivos y palpitantes los siguientes versos:

“Anoche, mientras dormía, el aire caliente de un Wanuru me despertó: Entonces ví a la mujer- lechuza del cerro de Murenhu observando nuestros sueños... -- anda en busca de amoríos…”

* Investigar Social y Realizador Audiovisual.

EL MAR, TERRITORIO SOÑADO

El mar para los Wayúu es tan tangible como la tierra. Es un territorio propicio para aprovechar sus recursos y el sustrato donde en sus sueños se encuentran con Püloui, la dueña de ese espacio. Una relación que está siendo afectada por los barcos pesqueros que atropellan su modo de vida.

Joaquín González Chaux*
Paula Grisales **

El mar muchas veces es visto como un espacio sin límites, difuso, sin referentes claros como los de la tierra firme, y que no es susceptible de apropiarse como algo permanente. Sin embargo, comunidades como la Wayúu, que ha tenido un manejo histórico sobre el mar, han construido todo un complejo simbólico que le ha permitido apropiarse de dicho espacio, territorializándolo.

Pese a esto, dicha territorialización no ha sido contemplada dentro de las políticas institucionales gubernamentales. Lo que tiene graves repercusiones para este pueblo, pues al no ser reconocido como una entidad territorial de reserva indígena los, pescadores Wayúu son atropellados frecuentemente por barcos pesqueros, que arrasan con sus trampas y redes en detrimento de su modo de vida y de la fauna marina.

Para entender por qué en este caso el mar debe considerarse, al igual que la tierra, territorio Wayúu y una zona de resguardo, hay que comprender cómo es la relación de este pueblo con el mar, con los sueños, con los seres míticos Juya y Püloui y las transformaciones ocasionadas por la introducción de ganado en los siglos XVI y XVII.

Encuentros con Pülou y Juya

Al finalizar la tarde, los pescadores se hacen a la alta mar e inician sus faenas en pequeñas lanchas y cayucos (embarcaciones de madera). Ellos dicen que en la noche es más fácil que los peces queden atrapados en las redes o chinchorros, porque éstos no las ven. Después de lanzarlas, los Wayúu duermen en sus barcas hasta la madrugada, cuando levantan las redes con lo que el mar les ha dado.

En las varias horas de sueño que pasan en el mar pueden relacionarse con Püloui, reconocida como la dueña de los animales silvestres. Los sueños les permiten tener acceso a otras dimensiones de la realidad, no experimentables en la vigilia. Se conocen los hechos que ocurrirán en el futuro y se comunican con los muertos, completando la percepción del mundo; por esta razón, los sueños tienen un papel social importante.

En ellos también interactúan con los seres míticos, los pescadores lo hacen especialmente con Püloui. Este ser múltiple habita diferentes sitios de la península y es la esposa de Juya, quien personifica la lluvia; él es único y móvil. Ambos representan la forma de organización matrimonial Wayúu basada en la poligamia.

Habíamos echado la chinchorra por Tütüitpana (donde vive una Püloui) y nos habíamos acostado a dormir en la lancha, cuando por la sueño aparece una mujer blanca de pelo largo. Era la Püloui, yo vi que ella tenía muchos animales, cabras, ovejos, vacas, cochinas y muchos cultivos, era como una finca, pero era Tütüitpana, ahí en el mar. Püloui me decía que por qué mataba su ganado, que esta vez me la perdonaba pero que la próxima vez no"; relato del sueño de Remigio Martínez, pescador del clan Waliriyu.

La narración muestra cómo a los ojos del soñador el mar es una pradera llena de animales, de ganado: las vacas son las tortugas y los peces son las cabras y las ovejas. De esta manera se vuelca sobre el mar el conjunto de relaciones culturales y sociales que constituyen el ser de la sociedad Wayúu.

Para entender en un sentido amplio cómo los Wayúu piensan y apropian el territorio, hay que conocer los dominios de Juya y Püloui. Ellos condensan y expresan el conjunto de las relaciones que ha establecido esta sociedad con el espacio en su totalidad: cielo, tierra y mar. Juya reside en las alturas, mientras Püloui, en su dimensión múltiple, lo hace en las profundidades tanto terrestres como marinas. Así, ella es la representación extendida de Mma, la tierra, y el principio que establece la continuidad entre ambos espacios, tierra y mar.

En la existencia de Püloui se manifiestan los cambios suscitados por la introducción del ganado en los siglos XVI y XVII, cambios que provocaron la aparición de las ideas de riqueza, prestigio y la estratificación de la sociedad. Cuando los Wayúu hablan de los animales silvestres se refirieren al ganado de Püloui; se dice que la Püloui de mar es más rica por tener la posesión absoluta de los animales marinos, que en su conjunto gozan de un carácter silvestre. En contraposición está la Püloui de tierra, que debe compartir el dominio sobre los animales con el hombre, quien tiene bajo su amparo a los domesticados. Esto además de plantear un señorío absoluto de Püloui sobre el mar, muestra que en la naturaleza de este ser mítico también recayeron los mecanismos de estratificación social.

La riqueza marina, representada en el ganado de esta pastora, es el elemento de intercambio entre naturaleza y cultura a través de los sueños. Los pescadores cazadores pueden ser castigados por tomar más de lo debido del ganado de Püloui; también pueden recibir regalos o pesca abundante de su parte a cambio de dádivas que los pescadores le llevan al mar.

El mar seguramente puede ser pensado como un espacio "no convencional", pero como se muestra arriba, es innegable la apropiación de éste por parte de la sociedad Wayuu. En esta vía es necesaria la creación de un marco que permita el reconocimiento estatal de tal dominio, para que los derechos de los pescadores Wayuu sean respetados, y su modo de vida tenga total autonomía.
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1 Este es el producto de la investigación "El mar, el territorio soñado. Territorialidad marina entre los pescadores Wayúu del puerto de Maasimai en la Alta Guajira", realizado por Joaquín González Chaux en abril de 2005.
* Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia.
** Periodista Unimedios.

http://unperiodico.unal.edu.co/ediciones/78/09.htm

INDÍGENAS DEL DESIERTO Y EL VIENTO

Por:
PATRICIA FORERO

En el desierto Guajiro es usual que el muerto deje su tumba. Es común que en el segundo entierro se le acompañe con un velorio de varios días y lo es también ofrecer una comida para evitar las consecuencias de un mal sueño.

En medio de los áridos playones de la Media y Alta Guajira, caminan tranquilamente todos los días los indígenas Wayúu con sus ropas empolvadas y sus sombreros o largas pañoletas sobre la cabeza. Se protegen del sol que poco ocultan las nubes que corren rápidamente en dirección del viento. Pasan familias enteras en una sola bicicleta, o a pie, al paso de un burro que carga sobre su lomo múcuras (jarrones en cerámica) y alguna mujer. Se dice que este animal transporta a las señoras y la bicicleta a los hombres. Por momentos, con el paso de los fuertes vientos del nordeste, las camisas se agitan violentamente y las telas de las mantas se sacuden y adhieren a los cuerpos de las mujeres.

Fabid Ramos Pushaina es un mestizo de cincuenta y dos años que utiliza su camioneta para transportar hasta en el techo a sus "paisanos'" por la Alta Guajira. En otra época, su vehículo sirvió para ganarse bien la vida y así tener varias mujeres, ingresando todo tipo de mercancía de Venezuela a Colombia. Hoy prefiere hacer viajes para su gente y regresar a aquellos de su etnia que fallecen en tierras lejanas para ser enterrados en el cementerio de su casta. Traslada también a parientes que buscan, después de algunos años, a sus muertos para desenterrarlos, velarlos, lavar sus huesos y enterrarlos de nuevo allí mismo o traerlos en un "rosario" al cementerio de su casta. El número de años que tarden en desenterrarlo, dice, depende del tiempo que la familia requiera para reunir el dinero necesario para desplazar y atender a los parientes y amigos del muerto durante los días que dure la nueva ceremonia.

El entierro que más recuerda es el de su primo José quien a sus 25 años vivía y estudiaba en Venezuela antes de que Rubén, su hermano mayor, lo mandara llamar de nuevo a la Guajira. José no sabía que en su ranchería estaban buscando llegar a un 'arreglo' con una familia vecina por el deliberado asesinato cometido por Rubén contra un joven. Rubén le pide a José regresar, para saldar la conciliación.

Fabid conoce muy bien los caminos culebreros que atraviesan en todas las direcciones la planicie de la península y que han servido para despistar a las autoridades y pasar todo tipo de mercancías de contrabando provenientes del mar o del país vecino. Sabe cuando las lagunas están llenas en tiempos de lluvias y cuando se secan y dejan largos tramos de suelo resquebrajado, transitable en épocas de sequía. Territorio de tradiciones, de armas y orgullo de raza, pero también de baile, de elaborados y coloridos tejidos, bebidas de maíz, chivos, ganado flaco y de escasez de agua.

José retorna para complacer a sus parientes y el hermano del asesinado por Rubén mata a José a su turno. La deuda queda saldada y las dos familias vuelven a estar en paz. El hermano del primer muerto no había aceptado tierras, ni mulas, ni ganado, ni chivos, ni collares por el injusto asesinato, tampoco asesinar a Rubén.
Los wayuu han logrado conservar sus tradiciones y mantener su supremacía indígena tomando a veces, para sobrevivir al modernismo, costumbres de otras culturas como suyas bajo perfectos sincretismos sin cambiar su estructura social esencial. Ha perdurado la importancia de la palabra para expresar condiciones de negociación, las imágenes retóricas y la ley indígena. En tierras de muchas necesidades, inhóspitas condiciones ambientales y pocos recursos, se vuelven indispensables para conservar la armonía, distribuir los pocos recursos, conciliar las envidias y reparar lo que culturalmente se considera una ofensa a la integridad personal.

El ofendido había decidido que la deuda sólo se pagaría si Rubén sufría el mismo dolor de la ausencia de su propio hermano. Leyes y códigos incomprensibles para los blancos, usuales y totalmente prácticos para la gente del desierto. De la misma manera, para este pueblo tradicional son muchas veces inexplicables las leyes y los procederes del 'civilizado', pues no parecen tener reglas.

Desde hace casi un siglo, los Wayúu están repitiendo: "los alijunas quieren acabar con nosotros". Alijuna es la palabra Wayúu para el que no pertenece a la etnia, sea blanco o sea negro. Esta expresión equivale en castellano a 'civilizado' o 'extranjero'. Las masacres, la llegada de los paramilitares y los desplazamientos forzados a los que se han visto sometidos no tienen lugar en sus leyes. Tampoco tienen espacio los asesinatos sin causa cometidos a principios del siglo veinte por agentes del Gobierno. Incluso la muerte tiene sus leyes.

Como dice el cronista Alberto Salcedo, el término alijuna, en la semántica nativa, ya no se está usando para designar al diferente sino para referirse a aquello que genera temor. El palabrero, o mediador de disputas, Juan Sierra explica a Salcedo que "son 'alijunas' los hombres que están masacrando a los indígenas en la Alta Guajira , los que enseñaron a ciertos indios a asaltar camiones de carga en las carreteras, como también los funcionarios del gobierno que un día llegaron a imponer sus normas en el uso del mar". Alijuna es también el televisor y el teléfono celular.

La frontera étnica se cruza y se opone. La línea cultural deslinda entre el orden cotidiano Wayúu y el alijuna de modernización, individualización y trabajo especializado. Pero también fractura y divide frente al cobro a la fuerza sin enviar la palabra de conciliación, frente a la relación entre la vida y la muerte y frente al libre transitar por el desierto.

Tomado de: http://www.palabranet.net/secciones/cultura/wayuu.htm

LOS OUUTSÜ SON MÉDICOS WAYÚU GUIADOS POR EL ESPÍRITU

Alicia Pushaina representa en público una de las innumerables sesiones que ha tenido a lo largo de su vida de ouutsü.

No llegan a este oficio por elección sino por designación de sus espíritus tutelares. Son ellos a quienes acuden los Wayúu para aliviar sus dolencias. Respetan la medicina occidental.

Para los ouutsü no es fácil hablar en público de su oficio. Antes de sentarse con un grupo de desconocidos arijunas (hombres blancos) para compartir un poco del conocimiento Wayúu, tienen que pedirles permiso a sus espíritus tutelares.
Fueron ellos los que en sueños le dijeron a Alicia Pushaina que era una elegida, que se convertiría en su medio de contacto con los enfermos de la comunidad. Y así ha sido desde su niñez.
No es ella la que elige al paciente, tampoco la que diagnostica el origen físico o espiritual de la enfermedad que lo aqueja y mucho menos la que formula o decide cómo o con qué se paga una consulta. "Son mis espíritus", insiste.
Bajo una enramada, que es el lugar más importante y sagrado de la ranchería, Alicia desnuda sus pies y su alma. Se sienta frente a su paciente con el tupana en la cabeza, un tocado con cascabeles, y poco a poco, con ayuda del chirrinche y el tabaco, entra en comunión con ellos.
Alicia es wayú hasta la médula, y aun así no es difícil encontrar coincidencias entre los ritos que practica y la consulta médica occidental.
Cada sesión se hace en privado. El ouutsü, asistido por un ayudante, ausculta en medio de su trance. Al final los espíritus le dicen qué tiene el enfermo, si un mal del alma o un mal del cuerpo; también indican el tratamiento, las plantas que hay que tomar, los baños que hay que hacer o los encierros a los que debe someterse cuando el problema es más grave.

La consulta termina con el cobro de los honorarios. En este punto los espíritus son pródigos en detalles: "A veces piden que les entreguen aretes o collares; otras que se haga una danza en su nombre. También piden a cambio animales. Si lo que quieren es un chivo mediano de manchas cafés, ese es el que la familia del enfermo debe llevar para garantizar el tratamiento", dice Xenobia, ouutsü también.
Los espíritus reconocen sus limitaciones, y saben cuándo una enfermedad requiere la intervención de la medicina occidental. "Los verdaderos ouutsü son respetuosos de este mandato. Si la indicación es ir al hospital, es eso lo que se le dice al enfermo. Nada más", dice Xenobia.
No es raro por eso ver a las familias Wayúu llegar juntas a los centros de salud o al hospital de Riohacha con el paciente en andas.
No es raro tampoco que en estos lugares haya siempre alguien con el dominio pleno del español y el wayunaiki. De qué otro modo pueden los enfermos ponerse en contacto con estos médicos que en ese escenario también son para ellos sus espíritus tutelares.

SONIA PERILLA SANTAMARÍA
ENVIADA ESPECIAL DE EL TIEMPO
RIOHACHA (LA GUAJIRA)

Tomado de: http://www.eltiempo.com/nacion/caribe/2006-09-03/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3228600.html

El Tiempo. Bogotá, D.C. 3 de septiembre de 2006.

LA LITERATURA WAYÚU O LAS AVENTURAS DEL MITO

Por:
MANUEL GUILLERMO ORTEGA[1]

A los profesores Yolanda Rodríguez Cadena y Gabriel Ferrer Ruiz los conocí cuando los tres estudiábamos en el Seminario Andrés Bello del Instituto Caro y Cuervo, de Bogotá: ella, Maestría en Lingüística hispanoamericana, y él, Maestría en Literatura hispanoamericana. Cuando terminamos los estudios, yo regresé a mis cátedras de Literatura en la Universidad del Atlántico, y ellos entraron a trabajar en la Universidad de La Guajira, ansiosos de poner a prueba, en la experiencia del contacto directo, las teorías y los modelos de conocimientos de la lengua y la literatura asimilados, con la práctica pedagógica e investigativa que ofrecía una región rica en mitos y en tipos humanos.

Para llevar a cabo su investigación, que va de 1992 a 1994, contaron con el apoyo financiero de la Secretaría de Asuntos Indígenas del Departamento de la Guajira. Sin embargo, por problemas en las finanzas de la administración guajira, la investigación no vio la luz pública. Tal situación vino a remediarse cuando los profesores empezaron a laborar en Barranquilla y se publicó, en 1998, con el sello de la Universidad del Atlántico, en la administración de Ubaldo Enrique Meza, el trabajo Etnoliteratura Wayúu.

En sus respectivas cátedras de Lingüística y Literatura, en la Universidad de la Guajira, los autores tuvieron el empeño y la disciplina, el tesón y la inteligencia para dedicarse a estudiar la cultura y la literatura Wayúu, cuyos actores veían pasar y trasegar por las calles de Riohacha, a veces con sus típicos taparrabos y otras con vestimentas modernas, pero siempre impulsados interiormente por la lucidez de los mitos de un mundo cercano al origen.

Producto de esas búsquedas y viajes a la cultura Wayúu es el libro Etnoliteratura Wayúu: Estudios críticos y Selección de Textos, un trabajo en que la investigación escoge como objeto de estudio a la literatura de esta etnia, es decir, las creaciones producidas por los escritores de una comunidad que se ubica geográficamente en la Guajira colombiana y venezolana y que representa aproximadamente 120.000 indígenas.

En este trabajo, el término investigación lleva a sus autores a una serie de acciones intelectuales como: recopilar, entrevistar, leer, describir, analizar, interpretar, criticar o valorar para finalmente encontrar y dar un sentido de necesariedad a las creaciones literarias Wayúu. Así que con este trabajo no solo se dice que los Wayúu existen sino que en la operación de rescate de una cultura para el presente y la posteridad, se busca que a contrapelo de la mentalidad occidental que nos domina, reconozcamos la otredad o alteridad de unos hermanos que poetizan el mundo con la rica y rebelde visión del mundo que orienta su existencia.

Aquí, el concepto de literatura Wayúu no hay que entenderlo unilateralmente como las manifestaciones literarias en lengua wayunaiki sino también como las expresiones literarias escritas en español pero que comunican o contienen temas, motivos, tópicos, asuntos y visiones del mundo de la cultura o etnia Wayúu.

Los Wayúu conforman un pueblo que por su condición o situación de minoría étnica económicamente en desventaja, afronta o confronta todas las formas de ataque de la cultura occidental, blanca o alijuna. De allí que en todos los campos, los Wayúu pugnen por conservar su unidad e identidad. En su carácter de dominante, la cultura occidental, aún en sus formas más humanitarias de tratamiento, tiende a enajenar a los Wayúu en la medida en que los aparta de su lengua, religiones, mitologías, leyendas, costumbres, hábitos. Y ciertamente entendemos que no se trata de que se aíslen en sus propias formas de cultura sino de que la cultura occidental les brinde la participación del desarrollo, respetando sus modos de ser, su manera particular de ver el mundo.

En esa resistencia a la agresión, la literatura como forma creativa cumple un papel o función trascendental pues en la vocación de libertad que ofrece la palabra poética, los escritores Wayúu pueden manifestar sus anhelos más profundos de realización como seres y sujetos humanos, y no como objetos manipulados por la cultura y civilización de los hermanos menores o alijunas.

Así, la literatura Wayúu escrita en wayunaiki o en español expresa la libertad de creación que facilita la existencia de una práctica oral orientada fundamentalmente por la tradición de dos entidades o personajes en los que se deposita toda la historia cotidiana y mítica de las generaciones pasadas y presentes. Ellos son el palabrero y el outsi o curandero. En términos de la cultura occidental, encarnarían una especie de abogado el primero y un sacerdote-médico el segundo.

El palabrero lleva y trae las noticias, transmite las historias, resuelve con el don de su verbo y la serenidad de su sangre los conflictos entre familias nativas o entre propios y alijunas, evita la discordia mediante su facundia, resuelve litigios, con lo que se acerca a la magia del dios que crea las cosas y los hechos con la sola palabra. Por su parte, el outsi o médico-brujo, investido por la empatía de sus poderes, exorciza lo malo (yoluja), la enfermedad física y espiritual, valiéndose del rito del susurro, del grito o del canto, como bien dicen Yolanda y Gabriel. Estos dos personajes de la cultura Wayúu van a tener una excepcional importancia en el modo de ser tanto formal como temático de la literatura producida por los escritores Wayúu, dado que aquellos son la memoria de la tradición oral, y estos los voceros lúcidos de su etnia.

Pero además del uso de las dos lenguas (wayunaiki y español) en la transmisión de la literatura Wayúu, los autores de esta investigación reconocen otra división derivada del acercamiento o alejamiento del escritor Wayúu con respecto a la tradición oral. Distinguen que mientras unos producen sus ficciones muy cercanas a la tradición oral (caso de los narradores), otros (los poetas, principalmente), aunque basados por igual en la tradición oral, se orientan en la perspectiva de incluir elementos formales, técnicos y temáticos de su propia individualidad creadora. No obstante, en ambos tipos de escritores, se mantiene verticalmente la visión del mundo de una etnia que propone la resistencia y la rebeldía como formas permanentes de sobrevivir a los embates alienadores de la cultura alijuna.

En las producciones de los escritores Wayúu analizados, los autores de estos ensayos encuentran que recorren los distintos niveles creativos de lo mítico, lo sagrado, lo trágico, lo épico, lo legendario, lo heroico, lo mágico y lo onírico y aún el romanticismo idealizado, sin dejar por fuera el nivel de lo carnavalesco y lo cómico, lo bajo y lo degradado, plano este último en donde tiene cabida toda la escatología de lo corporal, desde las heces hasta la fisiología de la relación sexual.

Todos esos niveles de las creaciones literarias Wayúu se enmarcan en dos visiones del mundo que oscilan entre lo mítico-sagrado y lo carnavalesco-profano. Del carácter alto y poderoso de los dioses o semi-dioses, de los genios y demonios del mundo escatológico Wayúu, se desciende a las características ya señaladas por Bajtin para que se propicie la aparición de la risa desacralizadora : el contacto libre, familiar y confianzudo entre lo alto y lo bajo, la irreverencia o profanación de lo sagrado y lo mítico, las aveniencias o ligazones entre los opuestos y contrarios, las excentricidades que sacan a los humanos de los carriles normales de la vida cotidiana, y por supuesto, las in-desentronizaciones. Son particularmente llamativas estas últimas situaciones carnavalescas vividas por los héroes Wayúu analizados por los profesores Gabriel Ferrer y Yolanda Rodríguez.

Todo héroe Wayúu que inicia un viaje o itinerario es entronizado hasta llegar a la acción de irrespetar al dios poderoso, de violar el secreto, de decir lo que no debía divulgar o hacer lo que tenía prohibido. Y va a ser precisamente esta desobediencia, como en el mito adánico o edénico, la que desentroniza a los héroes Wayúu. Normalmente los héroes son rebajados por la divinidad superior Wayúu al convertirlos en seres de naturaleza animal, vegetal o mineral: pájaro, cuadrúpedo, planta, estrella...

Aquí, como en toda desentronización, una vida termina para que otra comience, es decir, alguien es desentronizado de la vida (el héroe) para que ceda su lugar (entronización) a otro ser. Una vida termina, otra comienza. Uno muere para que viva el otro.

Esta situación va a dar lugar a lo que los autores de Etnoliteratura Wayúu llaman los relatos etiológicos en los que se explica el origen de una especie o de alguna característica animal como ocurre en el El Popol Vuh cuando se aclara por qué el ratón no tiene pelo en el rabo o por qué el conejo no tiene cola o por qué las serpientes comen sapos.

De igual manera, el sueño hace parte del modo de ser cultural de los Wayúu. Dentro de la teogonía o teodisea que los orienta, el elemento onírico es una magia con derecho propio. De allí surgen las visiones que los impulsan a mantener la lucha para que se propicie el reconocimiento de su identidad y de sus valores. Basados en la sabiduría de sus ancestros, los escritores Wayúu rescatan del sueño un sentido de realidad maravillosa.

El mito transmitido a través del rito y la aventura de la palabra, nos hace saber que la etnia Wayúu existe y solicita su reconocimiento de realidad humana y social, literaria y cultural.
[1] Dirección electrónica del autor: mortega@metrotel.net.co

EL PRINCIPIO DE COMPENSACIÓN: LAS FORMAS WAYÚU DE SOLUCIÓN DE DISPUTAS COMO RUTA POSIBLE

Por:
MARGARITA SERJE
El proceso de constitución de los Estados Nacionales ha sido comprendido históricamente en América Latina como un proceso de modernización. Como una gesta para llevar la luz de la economía y la democracia metropolitanas a las numerosas poblaciones y a los extensos territorios que, desde las épocas de la dominación colonial, escaparon al control territorial del Orden europeo. Esta empresa se ha dirigido, en particular, al conjunto de pueblos y paisajes que por no parecer directamente articulados a los centros culturales y económicos urbanos, han caído en las garras de la vieja dicotomía colonial que los ubica en el campo de “lo salvaje”, es decir como opuestos precisamente a “lo civilizado”. Estos grupos se transforman así en “otro”, se los naturaliza negándoles su vigencia y ocultándolos como producto de la historia colonial-moderna. En esta medida, la concepción que se tiene de estos pueblos y de su lugar en el devenir de la historia, los relega necesariamente a ser comprendidos como realidades situadas en el margen, en la periferia.

Este concepto de Nación se sustenta, paradójicamente, en la tensión que surge entre el proyecto de homogeneización ideológica y cultural de la población y la obstinada existencia de una serie de grupos sociales que se ven estigmatizados por el signo de una alteridad radical que los salvajiza y que los reduce a ser “tradicionales”, “locales”, atrasados y carentes por principio. Esta imaginación geopolítica ha determinado el alcance y el tipo de relación que el Estado Nacional en Colombia ha establecido con todo un conjunto de poblaciones y paisajes que se han visto condenados a ser parte de los confines. Lo que algunos han llamado “el proyecto nacional”, ha implicado, en la práctica, arrancarlos de su continuidad histórica y geográfica para ubicarlos en un nuevo contexto: el del margen. Sin embargo, la tenacidad de sus culturas y formas de vida no ha dejado de representar, para ponerlo en palabras de Ashis Nandy, una especie de inconsciente freudiano que acecha permanentemente al sistema moderno del Estado-nación . La mera existencia de los grupos llamados tradicionales, locales, pre-modernos, vernaculares, y, en fin, de los grupos que históricamente han vivido aprisionados en las regiones y lugares periféricos del planeta ha puesto en evidencia que “la construcción de nación” no es más que un eufemismo para designar un proyecto civilizatorio. La demanda permanente por la restauración de su dignidad hace evidente también que el Estado se ha transformado en un fin en sí mismo, en la medida en que los doscientos años de políticas de integración, seguridad y desarrollo, que constituyen su raison d´etre, han relegado históricamente a todo este conjunto de grupos y comunidades a la periferia y la marginalidad.

Si bien es cierto que estos grupos sociales resisten de muchas maneras y, como muchos autores lo han señalado, resignifican y reinterpretan estas prácticas, también es cierto que se han visto forzados a organizarse para el intercambio mercantil y las formas políticas que impone la lógica del Estado-Nación, siempre desde una posición subalterna. Resulta significativo que los proyectos dirigidos al “empoderamiento” o a la “participación de las comunidades”, ni siquiera se proponen abordar los factores centrales de esa asimetría: ni las estructuras de concentración de la riqueza, el capital y el acceso a las decisiones del Estado, ni la visión patriarcal que el Estado y la sociedad hegemónica tienen de los grupos marginales . En la historia del Estado-nación esta relación no se ha visto siquiera resquebrajada. Quizá por ello el más notorio impacto de las prácticas que se enmarcan en esta imaginación geopolítica y donde radica su eficacia discursiva, es su incapacidad histórica para romper esta condición.

Quizá uno de los factores de esta incapacidad es el hecho de que allí, en los confines, a donde se relega la existencia de estos grupos, los únicos encuentros que se hacen posibles son los de “frontera”. Ello restringe y delimita de formas insospechadas el tipo de relación que se establece con los grupos y poblaciones “tradicionales” o “locales”. En gran parte, el desequilibrio inherente a esta relación surge de que cualquier encuentro intercultural enmarcado en nuestra cosmología, se ve amordazado por la certeza de la ciencia y de la razón. Es decir que el concebir el conocimiento científico y sus bases de autoridad como la medida universal de todo saber, instaura de hecho una relación de poder. El tener como único referente de legitimidad las formas racionales de conocimiento, imposibilita muchas veces el reconocimiento de las memorias históricas, las formas de vida social, de la comprensión del territorio y las formas de intercambio y de mercado de estos grupos. Se constituye en un obstáculo (casi siempre invisible) que aprisiona y limita cualquier intercambio. Por ello, las formas de conocimiento y las prácticas indígenas se han visto trivializadas tradicionalmente y reducidas a ser propuestas que pueden quizá ser a veces consideradas interesantes, pero siempre irrelevantes en la medida en que aparecen como primitivas y primitivistas, como fundamentalmente acientíficas e irracionales. Ello obstaculiza sistemáticamente la posibilidad de verlas como alternativas viables.

Ya desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, se ha venido insistiendo de manera cada vez más generalizada en la importancia de tener en cuenta los conocimientos indígenas. Sin embargo, este reconocimiento se ha centrado particularmente en el campo de los saberes sobre la naturaleza y a propósito de la identificación de impactos ambientales. Se ha enfatizado el alcance y el carácter innovador e interdisciplinario de los conocimientos indígenas así como su carácter dinámico y su gran capacidad para emitir pronósticos. Este reconocimiento ha sido posible, paradójicamente, gracias a la concepción que naturaliza al indígena como salvaje, que lo ve como “natural”, como inmerso en las leyes de la Naturaleza. En ello se basa la noción, que ha tenido muchos años de vigencia, de que los pueblos indígenas o tradicionales “conservan” una relación sagrada con la naturaleza y viven en un universo “sociocósmico” del que ellos mismos son un elemento integrante, por lo que su pensamiento es inseparable de una ética del medio ambiente.

Aunque el reconocimiento de los saberes y de las prácticas indígenas en lo ambiental ha tenido amplias repercusiones, en otras áreas no ha sido tan evidente, y en algunos casos es casi que impensable. Esto es particularmente cierto en el campo de la política, donde lo impiden ciertas nociones dominadas por el pensamiento evolucionista. Según la concepción naturalista y progresiva de la historia, las formas de organización sociopolíticas de la sociedad evolucionarían desde las “hordas” de salvajes regidas por la ley del más fuerte, en un estado primitivo de violencia inherente al estado originario de toda humanidad, hacia los Estados, regulados por la racionalidad, donde la Democracia aparece como la cima de la evolución política. De esta manera, las formas de vida social y política de los pueblos indígenas o “tradicionales” han sido drásticamente reducidas a la categoría de “premodernas” (Max Weber) o relegadas al desuso por ser consideradas como “medievales” o como “despotismos orientales” (Karl Wittfogel). Han sido, sobre todo, banalizadas y desvirtuadas por esta perspectiva logocentrista, en virtud de la deshumanización implícita en su categorización como “otras”.

Desde este punto de vista, el trabajo etnográfico de Weildler Guerra sobre las prácticas de los especialistas Wayúu en el manejo de disputas presenta un interés especial. Abre una puerta que puede conducir al reconocimiento de la experiencia y los saberes de un pueblo indígena en el campo de la política. Permite vislumbrar formas novedosas de resolver problemas. No únicamente problemas cotidianos, sino inclusive los problemas nacionales para los cuales las formulas utópicas y racionales de la tradición moderna de conocimiento y sus prescripciones, nos han mostrado ampliamente sus limitaciones.

Las prácticas y conceptos de la Palabra (pütchi), uno de los ejes de ordenamiento de la vida de los habitantes históricos de la Guajira, aparecen como una clave. Sus principios concretos pueden resultar, sin duda, importantes como alternativa para Colombia. En especial en estos momentos en los que, ante la crueldad del conflicto armado, se esgrimen nociones como la del perdón y el olvido, o la de memoria y perdón o la de libertad condicional para quienes han cometido crímenes atroces. El principio de la compensación puede representar una salida alternativa en medio de estas propuestas normativas e ideales. Frente a lo que se ha identificado como “una ausencia y una carencia de la cultura del perdón” , quizá este principio, que implica el reconocimiento y la reparación, pueda representar un camino menos idealista pero viable. En un momento en el que el perdón carece de significado, en que el olvido debe ser evitado y en el que la libertad no puede ser condicional, es posible que los caminos por los que avanzan los palabreros Wayúu puedan aportar una salida.

Quizá se trata de buscar en ellos precisamente formas no civilizadas de resolver conflictos, es decir formas no constreñidas por el pensamiento utópico que marca la modernidad, por sus normas programáticas de organización social, espacial y política. Las pautas de manejo de conflictos Wayúu sólo se pueden transformar en alternativa en la medida en que se deje de lado su conceptualización y su representación como “otra” racionalidad, como “otro” contexto, y se entiendan más bien como una respuesta que surge de una historia particular, como una creación gestada a lo largo de cinco siglos de guerras y conflictos coloniales. Si entendemos la experiencia Wayúu como un punto de partida desde donde cuestionar las bases de autoridad del logocentrismo que precede la práctica del Estado Nacional, se puede explorar como una ruta posible.

Este es uno de los logros de la etnografía de las prácticas sociopolíticas Wayúu que hace Wieldler Guerra. Allí la experiencia de la Palabra no se nos muestra como parte de un mundo y un sistema de pensamiento ubicados “por fuera del tiempo”, como es el caso de la mayoría de los relatos etnográficos; sino como una posibilidad concreta y actual. Ello se debe quizá al hecho de centrar en el análisis de casos concretos que hacen eco a la multitud de conflictos que plantea la vida contemporánea – y moderna- en una región particular. Son situaciones que parten, para usar las palabras de Moroi Epiayúu, de “las cosas que pueden pasar en la tierra de los Wayúu” : de las cosas que suceden en una tierra marcada por una historia concreta. Por ello, el recuento etnográfico se constituye en una verdadera experiencia que trasmite, a través de conversaciones y de relatos que recogen la palabra directa, la experiencia vital de lo que significa manejar disputas en la Guajira.

El trabajo de Guerra expresa la capacidad de movilización subjetiva implícita en la experiencia etnográfica. Precisamente porque parte de “las dos miradas: la indígena y la antropológica sin privilegiar la una, ni abandonar la otra”, como lo pone A. Colajanni en su prologo al libro. Se aproxima a responder una de las preguntas cruciales de nuestro tiempo: la de cómo hacer posible el diálogo intercultural. La de cómo acercarse siquiera al reconocimiento de las racionalidades y formas de vida social de los grupos “locales”, que han sido marginalizados en el proceso de occidentalización. El recurrir a la etnografía como medio para vislumbrar las distintas formas de vida social inscritas en la conciencia de estos grupos, sus fenomenologías, se hace en este caso partiendo no de la posición clásica de un observador situado en la cima del conocimiento occidental, sino de una experiencia marcada por la ambigüedad que permea de hecho la vida moderna. La ambigüedad implícita en el hecho de ser a la vez tradicional y moderno, a la vez Wayúu y académico, a la vez vecino de Riohacha y ciudadano del mundo. Se rompe así, de entrada, la dicotomía que ha hecho tradicionalmente impensables las prácticas indígenas como posibilidades modernas y muestra como perentoria la necesidad de pensar y reconstruir las limitaciones que imponen sobre nosotros las actuales formas de comprender y relacionarnos con “los grupos tradicionales”.

En esta medida, abre una perspectiva novedosa a lo que puede llegar a ser la llamada “participación comunitaria”, en la que no se trataría ya de formulas para dar cabida a las opiniones de los ciudadanos sobre el conjunto limitado de temas y de opciones que definen los técnicos para orientar las vidas de todos. La participación podría entenderse como una experiencia que permita asumir y explorar los significados que los distintos aspectos de la vida cotidiana, sus lugares y sus paisajes tienen para los ciudadanos. Ello implica dar cabida a que sus formas de vida social, de producción, de mercado, de ocupación del entorno, de resolver problemas, puedan ser pensables como posibilidad concreta. En toda su dimensión. A partir de allí, surge una forma alternativa de entender el ejercicio de la ciudadanía: ya no como un ejercicio institucional e institucionalizado de intervención dentro de un marco predeterminado de prácticas, conceptos y vocabularios, sino como el reconocimiento de las memorias histórico-territoriales, de las ecologías políticas, de las biografías de los paisajes y en general de las formas de vida social inscritas en la conciencia de los grupos particulares.

La etnografía que nos presenta Guerra, o más que ello, el encuentro etnográfico que implícitamente propone, abre una vía para explorar formas de generar conocimientos que permitan conceptualizar de otras maneras la vida de las localidades y, sobre todo, que logren des-estabilizar las certezas hegemónicas. La ubicación absolutamente contemporánea de los modos de acción Wayúu que nos presenta, nos permite vislumbrar que quizá podamos encontrar en ellos la respuesta a muchos de los conflictos de nuestra actualidad política. Que es posible encontrar nuevas posibilidades en todas aquellas formas de vida social que han venido siendo elaboradas por los “condenados de la tierra”: por los grupos condenados a los márgenes. Los especialistas Wayúu en el manejo de disputas muestran que las diversas tradiciones de experiencia y de la conceptualización de la vida social -gestadas desde y en tanto que márgenes de lo colonial/moderno- tienen en este momento (si sabemos escucharlas), La Palabra.
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La disputa y la palabra: La ley en la sociedad Wayúu. Weilder Guerra Curvelo.

LA PALABRA DE LOS “PÜTCHIPÜ´Ü”: UN SISTEMA ALTERNATIVO DE JUSTICIA

Por:
LUIS ALBERTO MIÑA RUEDA*


Hoy, como desde antes de la llegada de los españoles, los “palabreros” Wayúu siguen solucionando conflictos mediante el diálogo. Personajes que para sus comunidades son objeto de reverencia y respeto por la labor que cumplen, y de los cuales poco sabe el resto del país.

Sarracana Pushaina vive en una ranchería de Uribia, en la media Guajira, donde atiende principalmente arreglos de matrimonio. Isidro Epinayúu predice en sus sueños los arreglos. Vive en Riohacha y comenta que casi no atiende crímenes porque la Policía se hace cargo. Enrique Ipuana usa gafas oscuras y carga un revólver 38, que le regaló el general Gustavo Rojas Pinilla, cuando va a “palabriar”.

Cuando uno de ellos va a arreglar un problema, Sarracana Pushaina se viste con un guayuco especial de colores, Enrique Ipuana se pone las gafas oscuras y enfunda un revólver calibre 38, e Isidro Epinayúu carga el bastón que lo acompaña desde hace 15 años.

Son pütchipü´ü, “palabreros” Wayúu. Se dedican a cobrar las lágrimas y la sangre indígena derramadas en el desierto de La Guajira, donde, desde un tiro hasta una amenaza de muerte tienen precio.

Aplican el sistema alternativo de justicia de los Wayúu, que no acuden ni a los jueces, ni a los fiscales. Hablando y negociando han arreglado los problemas desde antes de la llegada de los españoles, en una tierra que ha sido epicentro del contrabando y la bonanza marimbera.

En esta cultura, que reúne a más de cien mil indígenas en la península, pedir una mujer en matrimonio y el dolor causado por una falta, intencional o no, deben ser compensados. El mayor monto se paga por la sangre en un delito, y corresponde hacerlo a la familia de la víctima por la línea materna, la que determina el clan en los Wayúu; el monto menor es por las lágrimas que produzca una ofensa, y debe pagar la familia paterna de quien lo causa. De la indemnización depende que no ocurra una venganza.

Pese a la civilización, los pütchipü´ü siguen vigentes en este siglo, hablan wayunaiki (lengua indígena) y andan en guayuco. Pushaina acaba de solucionar un caso de un paisano que murió atragantando durante un banquete de chivo; Ipuana evitó la semana pasada una guerra entre dos familias por el incumplimiento de un pago por asesinato, e Isidro intenta evitar que se maten entre primos por el robo de un cadáver.

El banquete de chivo

A Sarracana Pushaina, que vive en una ranchería de casas de barro y enramada de yotojoro, en Uribia, lo fueron a buscar a comienzos de año para que atendiera el extraño caso de un paisano muerto con una presa de chivo.

Un Wayúu había invitado a un compadre a una parranda en su ranchería. En su honor, mató el chivo más gordo del rebaño y su mujer lo preparó. Tras largos tragos de chirrinche (bebida tradicional), se sirvió el animal asado en un plato. Apenas estaba comenzando el banquete cuando el invitado se atragantó y murió asfixiado en plena fiesta sin que nadie pudiera hacer nada.

A Sarracana le tocó llevar la “palabra” de la familia materna del difunto a la casa donde había ocurrido la tragedia, pues para los Wayúu la muerte, aún sin intención, tiene que ser compensada. Fue así como el indígena tuvo que dar por su compadre muerto 5 vacas paridas, 50 chivos y 1 collar de tuma --piedra preciosa roja-- que puede costar un millón de pesos.

Sarracana carga con el prestigio de ser uno de los mejores “palabreros” en la media Guajira. Tiene la piel oscura, como pintada con carbón, usa guayuco especial cuando va a “palabriar” y calza cotizas. No recuerda su edad, pero si que tiene 29 hijos.

Nació en una ranchería de la serranía de Jarara, en la alta Guajira, pero de pequeño llegó con su madre a Uribia en busca de agua porque un fuerte verano estaba matando a los animales. Allí se hizo pütchipü´ü.

-Mis viejos me enviaban desde pequeño con un palabrero para ver los cobros –dice a través de un intérprete, porque sólo habla wayunaiki.

Al comienzo atendía robos de chivos y gallinas, o caídas de los niños de los burros, que se cobraban al dueño del animal, pero con el tiempo pasó a casos más complejos, como el pedimento de una majayura (señorita) en matrimonio y los cobros por infidelidad, pues es común que el marido engañado pida a la familia de su esposa devolverle los animales que dio por ella.

Este año, atendió el caso de una niña que se suicidó porque la abuela la regañó por tener novio. El padre de la menor le pidió a la mujer un millón de pesos por sus lágrimas. También, resolvió el caso de un Wayúu que murió a causa de un tiro que su compadre hizo al aire en un entierro. Al involuntario culpable le tocó pagar 150 vacas, 2 collares y piedras tumas.

-Lo pagó bien porque era un compadre muy querido –dice Sarracana.

Se acabó la guerra

Una guerra entre dos familias estaba a punto de estallar cuando fueron a buscar al viejo Enrique Ipuana en la madrugada del martes 19 de marzo, a su casa en Uribia.

Enfundó como siempre su revólver, un Smith & Wesson, que le regaló el general Gustavo Rojas Pinilla cuando lo invitó a su posesión con otros líderes de La Guajira.

-En el Palacio de Nariño me dijo que escogiera el arma que quisiera y yo agarré el revólver -recuerda. Aunque nunca lo ha usado, no lo deja en casa, de la que sale con tres familiares, que le sirven de escolta. Dice que es para que no le falten el respeto.

Un Ipuana había matado hace tres años a un miembro del clan Epinayú. Los familiares del asesino devolvieron el arma con la que se cometió el delito –como siempre se hace-- e hicieron el primer pago, de 15 reses y 150 chivos, pero incumplieron el segundo. La fecha ya se había vencido y la familia del muerto había mandado en vano a varios “palabreros” a cobrar. Entonces, acudieron al viejo Ipuana.

Llegó a la casa del matador y les dijo a los mayores:

-Si no me prestan atención, sus hijos van a pagar la guerra. Esa vaina está mal hecha; ustedes mataron al indio y les toca pagar. Si quieren guerriar van a gastar más. Pa’ sostener 30 personas armadas sin trabajar se van a gastar la comida de sus hijos.

Las palabras de Ipuana hicieron mella y la familia terminó entregando 50 chivos, 7 reses, 5 caballos y 1 mula.

Ipuana, a quien buscan hasta de Venezuela para arreglar problemas, aprendió el oficio desde joven, acompañando a los “palabreros” de su pueblo. Comenta que su prestigio radica en que es serio, nunca toma cuando va a “llevar la palabra” y no exige pago.

Piensa que los buenos “palabreros” son como los abogados de los arijunas --hombres blancos-- pero no son corruptos como ellos.

-Los abogados cobran primero, nosotros no. Defienden a los asesinos, nosotros no. Y además, les ayudan a mentir a los culpables para que salgan libres –dice Ipuana.

A sus 82 años se queja de que la civilización ha corrompido a los Wayúu.

-Yo pagué por las siete mujeres que tuve, como manda la tradición, 390 chivos, 31 reses y 8 collares; en cambio, tuve 17 hijas y no recibí un solo chivo por ellas. La única por la que ofrecieron 20 novillos, rechazó el regalo y se casó con otro –comenta decepcionado.

A estos cambios atribuye que la mayoría de los problemas que atiende sean de violencia.

-En los años 20 sólo los ricos tenían un revólver de cinco tiros; ahora cualquier indio anda con un R-15.

Asegura, sí, que gracias a los “palabreros” se evitan las guerras.

El robo del difunto

Isidro Epinayúu predice los arreglos en los sueños.

-Si sueño de madrugada que canto un jayeche (música Wayúu) es que me van a buscar pronto –dice el palabrero, que vive en una ranchería en las afueras de Riohacha. Si me demoro cantando es que el arreglo se va a alargar y si mi canto le gusta a la gente es porque me va a ir bien.

En La Raya, una ranchería a orillas del mar, en Riohacha, el 7 de marzo se iban a exhumar unos restos, ritual que hacen los Wayúu para que sus muertos puedan descansar. Los hijos tenían todo preparado pero unos sobrinos del difunto, inconformes por la distribución de la herencia que había dejado el viejo, se anticiparon la noche anterior, violentaron la bóveda y se llevaron los restos.

Al día siguiente, cuando los hijos del muerto llegaron al cementerio no encontraron ni un hueso. Las vacas y los chivos sacrificados para agasajar a los invitados a la exhumación se perdieron.

El martes, Isidro fue “a llevar la palabra” de la familia del muerto, con su viejo bastón, que le sirve para que lo respeten cuando habla, pero no logró que devolvieran el cadáver. Isidro regresó a su ranchería sin pago porque solo gana si hay arreglo.

Dice que entre los Wayúu siempre es mejor arreglar. En La Guajira no se pueden dejar deudas. Según él, un Wayúu no olvida, por eso es fundamental pagar, así la ofensa sea pequeña.

Tras 40 años de practicar su oficio, que heredó de su padre, dice que ya casi no atiende crímenes porque en Riohacha la Policía se encarga de ellos, cosa que no ocurre en la media y alta Guajira. Se dedica a los matrimonios y a las peleas de borrachos. Y asegura que tiene el respeto de la comunidad porque ha logrado evitar mucha muerte en la región.

Tres leyendas

Sarracana, Enrique e Isidro dicen que la paz depende de los pütchipü´ü, pues los Wayúu nunca aceptarán la ley de los arijuna. Por eso, les enseñan a sus hijos el arte de “palabriar” para que la tradición no se pierda. Los jóvenes los acompañan a los arreglos, con lo que esperan que la justicia Wayúu pase de generación en generación, como ellos la aprendieron.

Así se garantizará que este sistema de solucionar los problemas a través del diálogo no se pierda, pese a que la civilización siga penetrando su territorio. Los “palabreros” dicen que su justicia es tan eficaz que ya están atendiendo casos entre arijunas que la prefieren porque no tiene cárcel y les garantiza la paz.

Con el tiempo, lo único que se borrará de la mente de los indígenas del desierto son los nombres de estos tres “palabreros”: después de muertos nunca se podrá volver a mencionarlos pues si alguien lo hace podría revivir en sus familias el dolor de la ausencia y tendría que pagar por las lágrimas.

* Tomado de: El Tiempo, Bogotá, D.C., miércoles 27 de marzo de 2002, P. 1-12. “Voces de la Otra Colombia (IV)”.

LA PALABRA DE JUAN SIERRA, PALABRERO WAYÚU

POR:
ALBERTO SALCEDO RAMOS
Juan Sierra Ipuana, hombre de metáforas, supone que si pudiera devolver el tiempo no estaría sentado en su rancho viendo pasar el potro ajeno, sino recorriendo los playones de la Alta Guajira al mando de su propio caballo.

Si tuviera otra vez 14 años, dice, viviría sumergido en el mar buscando ostras para vendérselas a los barcos holandeses saqueadores de perlas. Si tuviera 20 trabajaría en un alambique fabricando chirrinche, el licor casero de sus ancestros Wayúu. Y si tuviera 30 sería matarife y a esta hora de la mañana estaría vendiendo carne de chivo en su ranchería.

Sierra Ipuana se ve a sí mismo cuando tenía 50 años, manejando una tractomula repleta de piedras para proteger las charcas de sal de Manaure. También se ve a los 40 dinamitando el suelo desértico, tras la pista de nuevos pozos de agua dulce, y luego instalando molinos de viento para abastecer a la gente y a los animales.

Cuando se busca en su propia memoria no aparece sedentario como es hoy, a los 72 años, sino convertido en lo que él llama “un hombre-lluvia”, es decir, “alguien que puede caer en cualquier parte”. Los recuerdos, explica con otra metáfora, son el único recurso que le queda al hombre para bañarse de nuevo en el río que ya pasó. La nueva sentencia se entiende mejor cuando uno ve a su esposa, Arminda López Pushaina, entregada a la tarea de desarmar pieza por pieza un mantel que bordó hace medio siglo, para tejerlo otra vez desde la primera hasta la última puntada.

Sierra Ipuana reconoce que padece “el mordisco de la media noche”, o sea, la nostalgia típica de los viejos. Pero si quiere devolver el tiempo no es solamente para recuperar los bríos y los amores de la juventud, sino también para escaparse de este presente hostil que le produce pánico.

“Los alijunas nos quieren acabar”, dice.

Alijuna es la palabra Wayuu con la cual se nombra a todo el que no pertenezca a la etnia, sea blanco o sea negro. El vocablo correspondiente en castellano es “civilizado”. En la semántica nativa, explica Sierra Ipuana, el término alijuna ya no se está usando para designar al diferente sino para referirse a aquello que genera temor. Son “civilizados” los hombres que están masacrando a los indígenas en la Alta Guajira y los que enseñaron a ciertos indios a asaltar camiones de carga en las carreteras. También lo son los funcionarios del gobierno que un día llegaron a imponer sus normas en el uso del mar.

- ¡Alijuna es el televisor! – exclama Arminda, de repente -- . La frase es más sorpresiva por el hecho de que la mujer no había abierto la boca en toda la mañana. Ahora señala con dureza hacia el rancho contiguo, donde sus hijas Erica y Milagros se mueren de la risa viendo un programa de televisión.

Luego retoma su tejido de la misma manera abrupta en que lo había interrumpido, mientras su marido contempla a las gallinas que picotean en la arena.

-- ¡Ese es mucho aparato malo en la vida! – brama entonces, esta vez sin levantar la vista --.

No más sirve para que las muchachas se vuelvan flojas y malmandadas.

Los Wayúu son una de las más numerosas etnias indígenas de las tierras bajas de Suramérica. Habitan la península de la Guajira, que se extiende hasta el Mar Caribe, en el extremo norte de Colombia. Chayo Epieyuu, respetada matrona de Manaure, calcula que hay unos 150 mil “paisanos” repartidos entre Colombia y Venezuela. Se dedican básicamente al pastoreo de chivos y ovejas, a explorar el mar y a tejer.

Tienen un sentido colectivo del beneficio y del daño, encaminado a preservar la unidad de la familia. Si alguien cocina un chivo el banquete es para todos, y si se enferma, todos tienen que ayudarlo a costear la enfermedad. En grupo deben pagar, además, las faltas graves de sus miembros que pongan en peligro la convivencia del clan con el resto de la sociedad.

En el complejo sistema de compensaciones de la cultura Wayúu, uno de los rituales más conocidos es el de la dote. Es el pago que el hombre enamorado debe entregarle al padre de su pretendida, para poder fundar con ella su propio rancho. El investigador manaurero Alejo D’Luque considera que la intención de esta ceremonia no es vender a la novia sino acentuar el carácter colectivo de la familia. Que nadie coma solo ni muera solo. Que cada persona aporte lo necesario a la causa común del grupo, para que le resulte más fácil llegar vivo a la otra orilla del río. Para no indigestarse con el postre en la luna de miel, el esposo debe procurar que todos reciban la parte del festín que les corresponde. ¿Y en qué consiste el premio? La dote incluye chivos, mulas, tierras y collares de tumas (una variedad exótica de piedras preciosas). La cantidad depende de la belleza de la novia y de la posición social de su familia. Para reunir el pedido y entregarlo en el plazo establecido, el enamorado acude si es necesario a sus propios parientes, ya que ellos también esperan que el matrimonio valga la pena y los beneficie.

La Guajira es uno de los departamentos colombianos de mayor riqueza mineral. Produce 500 millones de pies cúbicos de gas natural al día y 25 millones de toneladas de carbón al año. Su volumen de sal, de acuerdo con estimativos de Alejo D’Luque, representa casi el 50 por ciento del total del país. También están los peces y la energía eólica. Hubo un tiempo en que el Wayúu disfrutaba libremente de muchos de esos recursos, como si los creyera escriturados por el viento. Pero un día llegaron los alijunas a trastornarlo todo con sus gobernantes, sus políticos, sus jueces, sus trámites, sus documentos de identidad, sus elecciones y sus masacres. Desde entonces, la vida no ha sido igual para los indígenas.

Aparte de cultivar una charca familiar en las salinas del pueblo, Juan Sierra Ipuana es palabrero. Así se designa en español a la persona conocida en lengua Wayúu con el nombre de Pütchipuu. Su función es mediar en los conflictos interfamiliares, a fin de lograr un arreglo rápido que sea justo para ambas partes y proteja el equilibrio social de la etnia.

El palabrero es elegido invariablemente por el ofendido y no debe pertenecer a ninguna de las partes enfrentadas. Cuando acepta el encargo, se dirige a la ranchería del agresor para “llevarle la palabra”. Ante el grupo reunido en pleno, El Pütchipuu aclara de entrada cuál es su misión y quiénes se la encomendaron. Después expone la gravedad del daño causado y señala el monto de la reparación exigida por los afectados. Si el jefe del clan está de acuerdo con la multa, lo que sigue es fijar la forma de pago. Si no, tiene derecho a plantear una contrapropuesta que el propio palabrero transmite a la familia que le asignó la tarea. En algunos casos se necesitan varios viajes entre un lugar y el otro. Pero casi siempre el problema se resuelve con una o dos visitas. Cuando el culpable no tiene bienes para responder por su infracción, es declarado objetivo de guerra. Se entiende que el dictamen puede hacerse efectivo contra él o contra cualquiera de sus parientes.

“Mandar la palabra” es ejecutar, a través de un ritual político, una ley vieja y feroz. El palabrero no asume el papel de juez sino el de mediador. Por tanto, se mantiene neutral todo el tiempo. Ni siquiera toma partido por la familia que lo buscó. En el proceso de concertación oye injurias, oye amenazas, pero sólo transmite lo esencial de las razones: “fulano dice que puede pagarte con una recua de mulas”. Como buen canciller, se permite introducir una promesa cordial donde minutos antes había una sarta de adjetivos incendiarios: “me dijeron que van a ver si pueden reunir lo que tú pides”.

Se trata de un acto refinado en la forma pero inapelable en el fondo. Lo que te envían no es un dardo envenenado sino una palabra, pero esa palabra es de acero, te cobra las cuentas pendientes, te enrostra las faltas cometidas y te amenaza de un modo tan sutil que no puedes evitarlo. Claro que también te ofrece una nueva oportunidad. Si usas con buen juicio el verbo que te mando, nos ganaremos ambos la gracia de librarnos de la guerra.

Ni siquiera cuando hay una muerte de por medio los dolientes pueden saltarse este ritual de conciliación para buscar la venganza directa. La compensación es proporcional al tamaño de la afrenta y a la posición social de la familia afectada. Se cobra por las calumnias, por los golpes físicos, por las imprudencias de borracho, por el hurto, por las ofensas verbales y por el homicidio. El pago se efectúa en dinero o con tierra y ganado. El palabrero no exige honorarios por su trabajo pero el grupo que lo buscó le obsequia un porcentaje de la indemnización.

Arminda López les ordena a sus hijas Erica y Milagros que apaguen el televisor y se pongan a hacer oficio. A una le pide que barra. A la otra, que traiga dos vasos de chicha de maíz. Juan Sierra Ipuana, entre tanto, ha dejado de mirar a las gallinas. Ahora pela una vara delgada con un cuchillo basto de cocina.

De pronto, ruge el desierto. La arena se levanta, el viento arrastra una alpargata guaireña descosida en el empeine. “La brisa del nordeste es una escoba loca”, dice Sierra Ipuana, sonriente, mientras recibe el vaso de chicha que le trajo su hija. Cuando la muchacha se aleja, la manta le tiembla en el cuerpo.

Sierra Ipuana añade que si no fuera por el viento, la tierra ya se habría ahogado de calor. Su madre, otra criatura de metáforas, afirmaba que en la Guajira las sequías eran tan intensas que a veces las plantas salvajes se retorcían de sed y los sapos se morían sin saber nadar.

En esta ranchería, como en todas las de Manaure, los días fluyen lentos, sin sobresaltos. Sierra Ipuana explica que el Wayúu puede vivir a su ritmo porque no tiene ninguna deuda pendiente con el cielo.

Tanto él como su mujer son hijos de Wayúu con Alijuna. Los mestizos como ellos les enseñan a sus herederos la lengua nativa, pero además los obligan a aprender castellano para que puedan entender lo que dice la gente que vive más allá del desierto. A veces los muchachos repiten en español palabras que a sus padres no les causan ninguna gracia, como “jean descaderado” y “condón”.

- ¡Apaguen ese puñetero televisor! – chilla entonces Arminda, por enésima vez.

Terminada la chicha, Sierra Ipuana pide a gritos un vaso de agua, para hacer buches y sacarse los granos de maíz que se le quedaron atrancados entre los dientes. Después dice que no se cansa de agradecer el poder transformador de la palabra. Una palabra bien dicha desarma al enemigo, acerca al que se encuentra lejos, abre las puertas clausuradas, alegra al que está triste y apaga los incendios alevosos. En cambio cuando pronuncias una palabra altanera, las palomas se vuelven halcones, los ríos se salen de madre, los mares se enfurecen y hasta el problema más inútil adquiere de repente la fuerza suficiente para destruirte.

La tradición del palabrero es explicable porque en la cultura Wayúu la palabra es ley sagrada que no se lleva el viento. Además, en una etnia quisquillosa y competidora por naturaleza, siempre es bienvenido el que sabe calmar los ánimos. Cada conciliador ostenta una autoridad indiscutible. Tiene las llaves de la vida y de la muerte.

Sierra Ipuana considera que cumple bien su trabajo porque logra que el ofendido reciba lo que se merece y el agresor no pague más de lo que debe. Así el problema muere en el acto, sin ninguna consecuencia lamentable.

Yo le digo que si nosotros, los Alijunas, pusiéramos en práctica ese ritual, con seguridad lo dañaríamos: el palabrero tendría tres secretarias y dos asistentes, los periodistas publicaríamos los insultos secretos de las partes durante el proceso de concertación y además habría que autenticar mil papeles en una notaría. Si alguna vez se lograra un arreglo no sería en menos de cinco años. Y al final la indemnización sólo alcanzaría para pagar las comisiones de los intermediarios.

Sierra Ipuana sonríe con malicia, pero casi en seguida adopta un rostro grave para reconocer que la justicia Wayúu , como todo lo que maneja el hombre, es falible. A veces la palabra se queda corta para curar las heridas y acercar a los enemigos. Entonces se arma una matazón en la que corre sangre inocente.

La esposa le dirige una mirada tan severa como la que les envió a sus hijas hace un momento, cuando tenían prendido el televisor, y dice que hay ciertos problemas de la vida que no se pueden solucionar.

- Tampoco hay quien pueda acabar con la fiebre amarilla – exclama.

Viéndolo allí, con la camisa trepidante por la brisa del nordeste, pienso que Sierra Ipuana, hombre de metáforas, no tendría cabida en un mundo civilizado como el nuestro, en el que muchos pretenden cobrar a la brava hasta lo que no se les debe pero nadie parece dispuesto a escuchar la palabra.

Tomado de: Cronopios. Bogotá, D.C. 10 de mayo de 2005.

La figura del palabrero trasciende en el tiempo

FAMILIAS WAYÚU DE COLOMBIA CUMPLEN PACTOS DE PAZ
Wayúuirua apüshii yalajana Kolompia kojutsü natura tü sukuwa´ipakalurua anaawaa
Por:
BETTY MARTÍNEZ FAJARDO
Riohacha (La Guajira) – Colombia

La estructura social de los Wayúu se ve fortalecida por los palabreros, dedicados a mediar en los conflictos entre los diferentes clanes. El sistema jurídico Wayúu apunta hacia la justicia restaurativa.

En la tradición oral, el canto de las aves se asocia al despliegue retórico del palabrero o Putchipuu con el que se pretende lograr la conciliación de las disputas intraétnicas. Esta práctica sigue vigente en las familias Wayúu de la península de La Guajira, en Colombia.

Su trascendencia e importancia sigue latente, aún cuando la influencia de la cultura occidental en estos pueblos indígenas cada día se más evidente y atenta contra la preservación de sus valores.

Sin embargo, ejemplo como el de las familias Ipuana y Uriana, demuestra que para los Wayúu el diálogo y el empeño de la palabra son herramientas suficientes para llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes y les permita convivir en paz.

En la ranchería Aunekimana, en el municipio de Manaure (La Guajira), las dos familias acudieron a un segundo encuentro para sellar un pacto de paz, por una ofensa cometida por el clan Ipuana contra la familia Uriana.

Un Ipuana dio muerte a un Uriana en una pelea callejera que terminó en tragedia, pero que gracias a la intervención de los palabreros se aclaró para evitar una guerra entre familias que podría en el futuro cobrar más vidas.

Debido a la ofensa, la familia agresora debe pagar cincuenta millones de pesos, seis collares de tuma y cuatro de oro, deuda de la cual se han cancelado doce millones de pesos, y se entregaron dos mulas, quedando pendiente el pago de treinta y ocho millones de pesos que se entregarán el 28 de junio de este año.

El palabrero del clan Ipuana, Orángel Wouriyúu, recordó que desde el mismo momento en que se iniciaron los diálogos ha existido respeto entre las dos familias, gracias también a la intervención de autoridades pertenecientes a la Secretaría de Asuntos Indígenas tanto departamental como municipal.

El citado Putchipüu preciso “es como un cese al fuego y aspiramos a mediados de este año firmar el acuerdo definitivo de paz, cuando se cumpla el tercer pago para llegar a la suma de cincuenta millones de pesos que se cobró por la ofensa”.

Wouriyúu argumentó que los Wayúu han entendido que la disputa no es favorable porque trae perjuicios al pueblo Wayúu, y por eso se apoyan en los palabreros, para buscar la conciliación y la paz, a través del diálogo.

Para Rafael Apushana, palabrero que representa al clan Uriana, la paz entre ambas familias es evidente y se sellará en una ceremonia especial el próximo 28 de junio, cuando se cumpla con el tercer pago.

El mediador precisó que el palabrero se forma a través de la observación y escuchando a los mayores, a las personas que saben hablar e interpretar un mensaje.

El pago económico por una ofensa forma parte del sistema normativo Wayúu, y con tribuye al sistema judicial formal de Colombia, según explicó el Director del Observatorio del Caribe y antropólogo Wayúu, Wilder Guerra Curvelo, quien resaltó además que el sistema normativo Wayúu enmarcado en una concepción de justicia restaurativa y no punitiva, puede considerarse como un método basado en la entrega de compensación material a las víctimas, como requisito para la recuperación de las relaciones sociales, entre las unidades familiares Wayúu enfrentadas.

Guerra Curvelo, puntualizó que en el sistema jurídico Wayúu hay reparación en la medida en que se considera que las personas tienen un valor, que es parte de su identidad e intenta compensar el dolor causado, la sangre derramada y el cuerpo destruido.

Afirmó Guerra Curvelo que el sistema normativo de los Wayúu, no busca encarcelar o castigar al agresor, visto como individuo aislado, sino recuperar el tejido social afectado por las querellas, pues se involucra tanto al grupo familiar de la víctima como a la del victimario.

El antropólogo resaltó la importancia de estudiar los principios en que se basan los sistemas normativos de los pueblos indígenas, porque pueden contribuir a la paz que tanto anhelan los colombianos, aportando nuevos enfoques del conflicto y nuevos procedimientos de diálogo y principios de compensación a través de sistemas de pensamiento no constreñidos por el mundo occidental.

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Tomado de: Wayuunaiki. Año VI. No. 82. Enero-Febrero de 2006. P. 15. Maracaibo. Edición binacional Venezuela – Colombia.

 
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