sábado, abril 21, 2007

LA PALABRA DE LOS “PÜTCHIPÜ´Ü”: UN SISTEMA ALTERNATIVO DE JUSTICIA

Por:
LUIS ALBERTO MIÑA RUEDA*


Hoy, como desde antes de la llegada de los españoles, los “palabreros” Wayúu siguen solucionando conflictos mediante el diálogo. Personajes que para sus comunidades son objeto de reverencia y respeto por la labor que cumplen, y de los cuales poco sabe el resto del país.

Sarracana Pushaina vive en una ranchería de Uribia, en la media Guajira, donde atiende principalmente arreglos de matrimonio. Isidro Epinayúu predice en sus sueños los arreglos. Vive en Riohacha y comenta que casi no atiende crímenes porque la Policía se hace cargo. Enrique Ipuana usa gafas oscuras y carga un revólver 38, que le regaló el general Gustavo Rojas Pinilla, cuando va a “palabriar”.

Cuando uno de ellos va a arreglar un problema, Sarracana Pushaina se viste con un guayuco especial de colores, Enrique Ipuana se pone las gafas oscuras y enfunda un revólver calibre 38, e Isidro Epinayúu carga el bastón que lo acompaña desde hace 15 años.

Son pütchipü´ü, “palabreros” Wayúu. Se dedican a cobrar las lágrimas y la sangre indígena derramadas en el desierto de La Guajira, donde, desde un tiro hasta una amenaza de muerte tienen precio.

Aplican el sistema alternativo de justicia de los Wayúu, que no acuden ni a los jueces, ni a los fiscales. Hablando y negociando han arreglado los problemas desde antes de la llegada de los españoles, en una tierra que ha sido epicentro del contrabando y la bonanza marimbera.

En esta cultura, que reúne a más de cien mil indígenas en la península, pedir una mujer en matrimonio y el dolor causado por una falta, intencional o no, deben ser compensados. El mayor monto se paga por la sangre en un delito, y corresponde hacerlo a la familia de la víctima por la línea materna, la que determina el clan en los Wayúu; el monto menor es por las lágrimas que produzca una ofensa, y debe pagar la familia paterna de quien lo causa. De la indemnización depende que no ocurra una venganza.

Pese a la civilización, los pütchipü´ü siguen vigentes en este siglo, hablan wayunaiki (lengua indígena) y andan en guayuco. Pushaina acaba de solucionar un caso de un paisano que murió atragantando durante un banquete de chivo; Ipuana evitó la semana pasada una guerra entre dos familias por el incumplimiento de un pago por asesinato, e Isidro intenta evitar que se maten entre primos por el robo de un cadáver.

El banquete de chivo

A Sarracana Pushaina, que vive en una ranchería de casas de barro y enramada de yotojoro, en Uribia, lo fueron a buscar a comienzos de año para que atendiera el extraño caso de un paisano muerto con una presa de chivo.

Un Wayúu había invitado a un compadre a una parranda en su ranchería. En su honor, mató el chivo más gordo del rebaño y su mujer lo preparó. Tras largos tragos de chirrinche (bebida tradicional), se sirvió el animal asado en un plato. Apenas estaba comenzando el banquete cuando el invitado se atragantó y murió asfixiado en plena fiesta sin que nadie pudiera hacer nada.

A Sarracana le tocó llevar la “palabra” de la familia materna del difunto a la casa donde había ocurrido la tragedia, pues para los Wayúu la muerte, aún sin intención, tiene que ser compensada. Fue así como el indígena tuvo que dar por su compadre muerto 5 vacas paridas, 50 chivos y 1 collar de tuma --piedra preciosa roja-- que puede costar un millón de pesos.

Sarracana carga con el prestigio de ser uno de los mejores “palabreros” en la media Guajira. Tiene la piel oscura, como pintada con carbón, usa guayuco especial cuando va a “palabriar” y calza cotizas. No recuerda su edad, pero si que tiene 29 hijos.

Nació en una ranchería de la serranía de Jarara, en la alta Guajira, pero de pequeño llegó con su madre a Uribia en busca de agua porque un fuerte verano estaba matando a los animales. Allí se hizo pütchipü´ü.

-Mis viejos me enviaban desde pequeño con un palabrero para ver los cobros –dice a través de un intérprete, porque sólo habla wayunaiki.

Al comienzo atendía robos de chivos y gallinas, o caídas de los niños de los burros, que se cobraban al dueño del animal, pero con el tiempo pasó a casos más complejos, como el pedimento de una majayura (señorita) en matrimonio y los cobros por infidelidad, pues es común que el marido engañado pida a la familia de su esposa devolverle los animales que dio por ella.

Este año, atendió el caso de una niña que se suicidó porque la abuela la regañó por tener novio. El padre de la menor le pidió a la mujer un millón de pesos por sus lágrimas. También, resolvió el caso de un Wayúu que murió a causa de un tiro que su compadre hizo al aire en un entierro. Al involuntario culpable le tocó pagar 150 vacas, 2 collares y piedras tumas.

-Lo pagó bien porque era un compadre muy querido –dice Sarracana.

Se acabó la guerra

Una guerra entre dos familias estaba a punto de estallar cuando fueron a buscar al viejo Enrique Ipuana en la madrugada del martes 19 de marzo, a su casa en Uribia.

Enfundó como siempre su revólver, un Smith & Wesson, que le regaló el general Gustavo Rojas Pinilla cuando lo invitó a su posesión con otros líderes de La Guajira.

-En el Palacio de Nariño me dijo que escogiera el arma que quisiera y yo agarré el revólver -recuerda. Aunque nunca lo ha usado, no lo deja en casa, de la que sale con tres familiares, que le sirven de escolta. Dice que es para que no le falten el respeto.

Un Ipuana había matado hace tres años a un miembro del clan Epinayú. Los familiares del asesino devolvieron el arma con la que se cometió el delito –como siempre se hace-- e hicieron el primer pago, de 15 reses y 150 chivos, pero incumplieron el segundo. La fecha ya se había vencido y la familia del muerto había mandado en vano a varios “palabreros” a cobrar. Entonces, acudieron al viejo Ipuana.

Llegó a la casa del matador y les dijo a los mayores:

-Si no me prestan atención, sus hijos van a pagar la guerra. Esa vaina está mal hecha; ustedes mataron al indio y les toca pagar. Si quieren guerriar van a gastar más. Pa’ sostener 30 personas armadas sin trabajar se van a gastar la comida de sus hijos.

Las palabras de Ipuana hicieron mella y la familia terminó entregando 50 chivos, 7 reses, 5 caballos y 1 mula.

Ipuana, a quien buscan hasta de Venezuela para arreglar problemas, aprendió el oficio desde joven, acompañando a los “palabreros” de su pueblo. Comenta que su prestigio radica en que es serio, nunca toma cuando va a “llevar la palabra” y no exige pago.

Piensa que los buenos “palabreros” son como los abogados de los arijunas --hombres blancos-- pero no son corruptos como ellos.

-Los abogados cobran primero, nosotros no. Defienden a los asesinos, nosotros no. Y además, les ayudan a mentir a los culpables para que salgan libres –dice Ipuana.

A sus 82 años se queja de que la civilización ha corrompido a los Wayúu.

-Yo pagué por las siete mujeres que tuve, como manda la tradición, 390 chivos, 31 reses y 8 collares; en cambio, tuve 17 hijas y no recibí un solo chivo por ellas. La única por la que ofrecieron 20 novillos, rechazó el regalo y se casó con otro –comenta decepcionado.

A estos cambios atribuye que la mayoría de los problemas que atiende sean de violencia.

-En los años 20 sólo los ricos tenían un revólver de cinco tiros; ahora cualquier indio anda con un R-15.

Asegura, sí, que gracias a los “palabreros” se evitan las guerras.

El robo del difunto

Isidro Epinayúu predice los arreglos en los sueños.

-Si sueño de madrugada que canto un jayeche (música Wayúu) es que me van a buscar pronto –dice el palabrero, que vive en una ranchería en las afueras de Riohacha. Si me demoro cantando es que el arreglo se va a alargar y si mi canto le gusta a la gente es porque me va a ir bien.

En La Raya, una ranchería a orillas del mar, en Riohacha, el 7 de marzo se iban a exhumar unos restos, ritual que hacen los Wayúu para que sus muertos puedan descansar. Los hijos tenían todo preparado pero unos sobrinos del difunto, inconformes por la distribución de la herencia que había dejado el viejo, se anticiparon la noche anterior, violentaron la bóveda y se llevaron los restos.

Al día siguiente, cuando los hijos del muerto llegaron al cementerio no encontraron ni un hueso. Las vacas y los chivos sacrificados para agasajar a los invitados a la exhumación se perdieron.

El martes, Isidro fue “a llevar la palabra” de la familia del muerto, con su viejo bastón, que le sirve para que lo respeten cuando habla, pero no logró que devolvieran el cadáver. Isidro regresó a su ranchería sin pago porque solo gana si hay arreglo.

Dice que entre los Wayúu siempre es mejor arreglar. En La Guajira no se pueden dejar deudas. Según él, un Wayúu no olvida, por eso es fundamental pagar, así la ofensa sea pequeña.

Tras 40 años de practicar su oficio, que heredó de su padre, dice que ya casi no atiende crímenes porque en Riohacha la Policía se encarga de ellos, cosa que no ocurre en la media y alta Guajira. Se dedica a los matrimonios y a las peleas de borrachos. Y asegura que tiene el respeto de la comunidad porque ha logrado evitar mucha muerte en la región.

Tres leyendas

Sarracana, Enrique e Isidro dicen que la paz depende de los pütchipü´ü, pues los Wayúu nunca aceptarán la ley de los arijuna. Por eso, les enseñan a sus hijos el arte de “palabriar” para que la tradición no se pierda. Los jóvenes los acompañan a los arreglos, con lo que esperan que la justicia Wayúu pase de generación en generación, como ellos la aprendieron.

Así se garantizará que este sistema de solucionar los problemas a través del diálogo no se pierda, pese a que la civilización siga penetrando su territorio. Los “palabreros” dicen que su justicia es tan eficaz que ya están atendiendo casos entre arijunas que la prefieren porque no tiene cárcel y les garantiza la paz.

Con el tiempo, lo único que se borrará de la mente de los indígenas del desierto son los nombres de estos tres “palabreros”: después de muertos nunca se podrá volver a mencionarlos pues si alguien lo hace podría revivir en sus familias el dolor de la ausencia y tendría que pagar por las lágrimas.

* Tomado de: El Tiempo, Bogotá, D.C., miércoles 27 de marzo de 2002, P. 1-12. “Voces de la Otra Colombia (IV)”.

1 comentario:

Christian Ibarra dijo...

increible articulo. gracias por ponerlo.

 
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